8.8.16

Nooteboom, Un viaje al Bosco

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Heráclito aterriza en la memoria de Cees Nooteboom mientras se encuentra ante un Bosco en el Museo Boymans de Róterdam: "Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río". Como nadie podría encontrarse dos veces ante el mismo cuadro, reflexiona.
A mediados de los años 50, quizá 1954 -Nooteboom es malo para las fechas-, apenas rebasaba los 20 años y recorría España de raid, la España franquista. Había tenido su primer contacto con la obra de Hieronymus Bosch en la escuela, pero no fue sino hasta ese viaje que admiró por primera vez, en una sala de El Prado, la obra con la que se reencontraría, a los 81 años, en el museo holandés, El carro de heno.
"Cuando vi la pintura de nuevo, el año pasado, comprendí que veía una pintura diferente de la que vi hace 62 años. Era el mismo material: madera y pintura. Lo que había cambiado era yo", recuerda en entrevista.

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Nooteboom, uno de los escritores vivos más influyentes de los Países Bajos, amante de las artes, candidato recurrente al Nobel de Literatura, evoca al pintor neerlandés a 500 años de su muerte, que se celebran el 9 de agosto. Lo hace con El Bosco. Un oscuro presentimiento, libro recientemente editado por Siruela, en el que emprende un viaje hacia el pintor.
"Viaje" es la palabra porque hablamos de quien es reconocido, además de novelista, como uno de los autores contemporáneos más propositivos de la literatura de viaje, con libros como Las montañas de Holanda, Noticias de Berlín o El desvío a Santiago.
-¿Puede entenderse dentro del género este nuevo título, un ensayo vivencial a partir de sus acercamientos al pintor?
-Espero que sí -se apresurará a decir-, uno viaja a una pintura como se viaja a una ciudad, a una isla, a un desierto o a un planeta.
Y aquí se trata de un planeta, un mundo a parte, el del extraño Bosch, el perturbador Bosco. En El jardín de las delicias, su obra más emblemática, es posible observar, por ejemplo, entre un mundo de lujuria enmarcado por el edén y el enfierno, elementos que aterrizan al espectador en el misterio.
En algún sitio, pequeños seres desnudos son alimentados por aves que les acercan frutillas con sus picos. Hay, en otra escena, bestias a medio camino entre los anfibios y los insectos, abandonando el agua, haciéndose de la tierra, o seres que hacen su vida con flechas en sus culos. Y hay árboles fantásticos, caballos con cuernos que son ramas secas brotándoles de las sienes; mientras un hombre, en un rincón aparte, es abrazado por un cerdo que es una monja. Acá una liebre manda y domina a la especie humana; allá una rata y, en otro sitio, una mujer muestra el semblante de una muerta tras ser fornicada, se adivina, por una bestia negra que ahora la aferra por la espalda.
Nooteboom ve infortunio. Le perturban especialmente las torturas y el fuego en la parte derecha del jardín, que se antoja infinito como infinitas las crueldades. Y el conejo de mirada tierna que eligió para la portada del libro. Un conejito hasta que el espectador se percata de que carga a un hombrecillo con destino al matadero. O no sabemos. Pero, en cualquier caso, ya se trata de un conejo maldito.
"Cuando lo miras con atención, te preguntas qué clase de maldad está planeando", apunta el escritor.
Y lo perturban los ojos del Cristo en el panel izquierdo del tríptico, cuya expresión le dio la idea para el subtítulo del libro: Un oscuro presentimiento.
Los elementos del mundo aparte del Bosco, sui géneris, surreal, habrán de replicarse en toda su obra, obra en la que el mundo está cifrado, todos los hombres. Porque cada quien, de alguna forma, está allí representado, incluyendo al Papa y al Presidente de México, desliza el autor.
Nooteboom se ve, por ejemplo, en un personaje de quevedos con hocico de perro, o cerdo, en Las tentaciones de San Antonio, ataviado suntuosamente. La coronilla de la cabeza, a rape, como un monje. Su dedo lo dirige a la lectura de un libro azul, quizá sagrado. El escritor medita en la figura y deduce: "Debo ser yo".
Pero el viaje que hace a la obra del Bosco en el libro trasciende los límites del propio Bosco. Se cuestiona, por ejemplo, una pregunta que disloca. "¿Termina un cuadro en su marco?". Sí y no. Resuelve que cuando una pintura llega a su marco, o termina allí o penetra en la mente del espectador para continuar para siempre. "Eso depende del alma de cada persona, de cuán receptiva es", dice.
Y si fuera el cuadro el que ve al espectador, el que ve a Nooteboom, ¿qué vería? Para responder, el también poeta recurre a Lo que se podía ver, poema en cuatro momentos que reúne en Luz por todas partes. Allí, las pinturas responden a la reflexión: "Nuestra vista. Quédate fuera si no la soportas./ Somos más que tu ojo temporal, y además/ nuestra lengua no es para ver. Llámalo/ un verdadero dialecto que va y viene/ entre nociones de distancia y aversión". Y continúa: "No hay escape de nuestro lugar. El silencio/ que reina entre nosotros es el de las formas...".
"Las pinturas, en mi poema, no carecen de cierta arrogancia. No les caen bien los coleccionistas ni los galeristas, y ¿quién puede culparlas?", añade Nooteboom.

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El Bosco nació en s-Hertogenbosch, o Bolduque, en 1450, en una casa que hoy es una zapatería llamada Invito, donde vendían, al momento de la visita de Nooteboom el año pasado, botas al 50 por ciento. La pequeña ciudad neerlandesa no es guardiana de su obra, y apenas si es de su memoria. Podría hasta pasar desapercibida la estatua de un Bosco escondida entre los puestos de un mercado. El escritor decide dirigirse a la oficina de turismo y preguntar por la Ruta Hieronymus, pero los folletos, cuenta, no están listos todavía.
De alguna forma, no vive el Bosco en los Países Bajos. Es incluso más Bosco que Bosch. Nooteboom, en su viaje al artista, también se remonta a esa historia.
Tras el asesinato, en 1584, del entonces más grande coleccionista de Bosch, el padre de la patria neerlandesa, Guillermo de Orange Nassau -del que desciende el actual Rey de Holanda, Guillermo-Alejandro de Orange Nassau-, la casa de Alba de España confiscó para su rey, Felipe II -Felipe, como el actual monarca, Felipe VI-, diversas obras, entre ellas El jardín de las delicias y El carro de heno, la obra que admiraría el escritor 500 años después en el Boymans de Róterdam, la cual había viajado del Museo del Prado para exponerse en el recinto holandés en calidad de préstamo.
"En realidad, esas obras son para nosotros lo que los mármoles de Elgin son para Atenas", lanza en el libro el autor.
Pero ahora hay de nuevo un Guillermo de Orange, por un lado, y un Felipe, por el otro, ¿por qué no pensar en una posible devolución?
"El Prado envió El carro de heno a los Países Bajos con motivo del aniversario de Bosch, en un gesto agradable. No nos quedamos con ella. Creo que estamos de acuerdo en que Hieronymus Bosch ha encontrado su casa en Madrid. Pero es tan innegable su cualidad holandesa esencial como lo es el que pertenezca a la Edad Media", responde Nooteboom, sin entrar en polémica.
Y es precisamente Madrid, la casa del Bosco, donde los 500 años de su muerte resuenan con mayor fuerza. Específicamente en el Museo del Prado, donde se expone actualmente el repertorio más completo del pintor jamás montado, con todas las joyas que aún se conservan del artista, desde El jardín de las delicias hasta Las tentaciones de San Antonio; desde La adoración de los Magos hasta La mesa de los pecados capitales, La pasión de Cristo y El carro de heno, la obra en la que Nooteboom no volverá a bañarse nunca, siempre distinta, como las otras.
"Como Umberto Eco ha dicho de los libros, las pinturas son 'máquinas para generar interpretaciones'. Mientras más interpretaciones, mejor la máquina. Después de 500 años, la máquina Bosch sigue funcionando en un movimiento perpetuo", considera el autor.
Pero Nooteboom, en el libro, se cuestiona: ¿Qué tendrán que ver los pensamientos de la gente que admira actualmente El jardín de las delicias, por ejemplo, con la realidad del pintor, que nunca supo de la existencia del surrealismo y de Sigmund Freud?
"El cuadro se ha despedido de él, ya no puede alcanzarlo como tampoco podría alcanzarlo a él ninguna de las personas que están frente al cuadro. Medio milenio lo separa ahora de su obra. Intento imaginarme lo que pensaría si pudiera estar aquí ahora, pero no lo consigo", se responde el escritor.
En el periplo hacia el Bosco, cuenta, se convirtió en su propio guía, como cada que emprende un viaje al mundo de las artes. Piensa sólo a través de sus ojos, a pesar de las interpretaciones y los acertijos que pudiera tener a mano de un autor tan estudiado. Quizás el arte del de Bolduque, envuelto en misterios interminables, que se replican, radica en ello. Siempre reinterpretándose, mientras el propio Bosco se ríe. Porque el Bosco ha de reírse de lo que vemos, de cómo lo digerimos 500 años después. "Sin duda", zanja el autor.
*Texto publicado en Reforma.
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