¿Dónde están todos?
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Cuando comienza el alba, el terror se ha ido, los gritos han
callado. Las luces de la patrulla fronteriza, exaltando la vejación y los
insultos, también se han apagado. "¿¡Dónde está el 'poiero'!? ¿¡¡¡Quién es
el 'poiero'!!!?". Y todos callábamos, mientras el vuelo de un helicóptero
terminaba por calarnos los huesos. Y el frío.
Pero allí seguía el frío, la arena helada del desierto bajo
mis plantas, recordando que seguía yo vivo. Porque la soledad era ahora grande.
Quizá corrí y escapé. Cómo diablos y en qué momento habría hallado la fuerza
para correr y escapar que el alba me sorprende solo, ante la belleza de un
desierto que ya cuesta trabajo ver, porque la belleza, hace unas horas, era el
infierno.
¿Y el pequeño de 4 años?
Pienso en el pequeño de 4 años. Su mirada de cordero. Su
piel sucia, golpeada, imperfecta. Pienso en un cordero desollado que aferra en
su mirada una pizca de vida, drogado por el hambre, el cansancio, el espanto.
La mirada de un cordero al que llevan al matadero. Lo increpaba la migra,
iluminando con una linterna potente su rostro desencajado, como buscando
sacarle respuestas a un trapo.
Con nosotros estaba también un muchacho salvadoreño. Le
debía hasta el alma a los coyotes. Pero qué alma tras cruzar un lugar tan
desalmado.
La belleza del desierto de Arizona es cruel. Su paisaje de
cactáceas. Su temperatura de morgue. ¿Habrá terminado este desierto, la noche
de anoche, en una morgue? Cómo es que no figuro tumbado en la morgue y me ha
sorprendido el alba sobre mis dos piernas. Solo.
Recuerdo al chico del "refrigerador", el cuarto
frío en que nos tuvieron los polleros antes de cruzar el Bravo. Los
"poieros". Había sido separado de su hermano y yo pensé en mis
hermanos. ¿Qué será ser desprendido de lo único fraternal que llevas en un
viaje al infierno? ¿Emprender el viaje solo?, como sea. ¿Pero que te partan en
dos a mitad del camino? ¿Que te abran ese vacío del tamaño de un hermano en tu
presente helado?
Pienso en el chico mientras miro el alba, exaltado, con el
corazón bombeando. Mientras miro cómo los rayos del sol iluminan un residuo de
pétalo, o pelusa, basurilla que divaga por el aire, esquivando los matorrales.
Qué soledad tan grande. Qué soledad la de una mochila que
encuentro en la arena. La de ese zapato. ¡Cómo desearía ahora mismo mis
zapatos!
¿Pero qué hago aquí frente a este horizonte que comienza a
clarear? Y solo. Yo tenía en la frente la punta de una ametralladora. La del
agente con acento mexicano; de todos, el más cruel. Elisa, la guatemalteca, nos
lo había observado. "Es el más cruel".
¿Se llamaba Elisa? ¿Cómo se llamaban todos? No lo recuerdo.
Elisa había dejado a sus hijos en Centroamérica; la más pequeña de 3 años. Y
Manuel era el hondureño, me parece. Y había otro chico con nombre extraño.
Quizá Yónder.
Pero ¿dónde están todos?
***
La experiencia la provoca Alejandro G. Iñárritu en complicidad
con Emmanuel Lubezki. El cineasta y el cinefotógrafo que dejaron reposar el
cine para tomar por los cuernos una nueva aventura: la inmersión en realidad
virtual a través de una instalación, Carne
y arena, que traslada al espectador, literalmente, al desierto de Arizona,
haciéndolo partícipe del infierno que suelen experimentar quienes cruzan, de
ilegales, la frontera.
El espectador estará ahí, en medio de 14 historias, de
manera activa. Sentirá incluso afinidad. Angustia y horror. Lo único que le
hace falta a la experiencia es el contacto con los personajes y el olor.
¿Pero no es esto, al fin y al cabo, cine?
"No creo", se apresura a responder Iñárritu en
entrevista. Apela al rol activo que asumirá el espectador, a la
multisensorialidad, lejos de la audiencia pasivo-colectiva de una sala.
"Son dos medios absolutamente distintos", asegura.
Al terminar la experiencia,
y verse solo en el desierto, surge una pregunta, "¿Dónde están
todos?". Pero ¿dónde está Iñárritu tras recrear con los propios migrantes
este viaje?
Me mantengo muy solidario, creo yo. Me siento un inmigrante,
más allá de mis condiciones favorables. Soy un inmigrante geográfico, y
entonces hay una empatía que quise de alguna forma compartir, poder darle
acceso a la gente a través de fragmentos de estas vidas, entender; porque
entender es la otra palabra de amar, y si no entiendes no puedes amar. Y creo
que estas personas han sido incomprendidas ante un sinfín de artículos,
documentales, películas, que no llegan nunca a poder penetrar en la realidad de
quien es un fantasma, de quien es un apátrida y de quien no tiene identidad y
se le ha negado, y yo creo que poniéndonos en sus zapatos hay una posibilidad
de entendimiento de una realidad que es aterradora.
Ya en otras ocasiones,
como en Babel, por ejemplo, te pusiste en los zapatos de los migrantes, pero es
ahora que realmente te los calzas...
Pasé muchas horas con ellos, entrevistándolos. Hubo una
parte un poco periodística, documental, para poder entender de fondo sus vidas
y poder después ficcionarlas, pero siempre basado y fundamentado en su verdad.
Todo este proceso duró bastante tiempo, en diferentes etapas; fuimos al
desierto y filmamos, luego vino toda la parte de digitalización... Creo que
toda esa convivencia me hizo admirarlos mucho más porque conocí sus retos y su
realidad tan vulnerable, su estado de ánimo, su fuerza, su esperanza; algo verdaderamente
arrollador. Realmente te sientes un débil en comparación con estas personas,
tienen un centro de energía muy particular que te inspira.
¿Crees que algo así le
cale a un Trump?
No sabría decirlo. Yo creo que el narcisista y el sociópata
tienen una característica: la falta de empatía, la falta de entendimiento con
el otro. Por eso dudo que pueda llegar a tener un resultado.
¿Entonces a quién
quieres llegar?
Quiero llegar a todas las personas que quieran, digamos,
entender esta realidad. Me gustaría que lo vieran quienes en un momento dado no
lo llegan a comprender o que están ajenos. Muchas veces los capitalinos estamos
ajenos a esa realidad porque estamos muy lejos geográficamente y tenemos
nuestros propios problemas. Pero también, evidentemente, en Estados Unidos me
gustaría que lo vieran quienes tienen un prejuicio, una idea errónea. Creo que
sería hermoso que quienes tengan una visión superficial o manipulada por
intereses políticos se pudieran dar el tiempo de poder penetrar y tomar sus propias
conclusiones.
El mensaje es grande,
y las ganas de llevarlo a muchas personas también, más que el cine, quizá, pero
aquí hay una limitación: el cine puede llegar a millones de espectadores y esta
experiencia, por ser individual, sólo a contadas personas...
Ésa es una limitación, digamos, de la tecnología y de la
experiencia en sí. Y tienes toda la razón: es un poco frustrante que no pueda
ser una experiencia que pueda ser visitada por muchas más personas, pero
también su poder radica ahí. Su virtud, es su limitación, y no hay nada que
hacer. Lo que se va a intentar es que la pieza se exhiba por largo tiempo para
que más personas puedan verla. Ahorita está en Milán, en Los Angeles y ahora en
México, y estamos intentando llevarla a más ciudades en el mundo.
¿Estamos ante un
Iñárritu activista?
No. Es importante aclarar que, para mí, esto siempre ha sido
una instalación artística y humanista. Creo que subordinar todos estos años de
trabajo a una misión política me parecería un error. Me sería más fácil escribir
un artículo o expresar vocalmente lo que pienso, que lo he hecho. Esto va más
allá de lo político. Tiene que ver con una cuestión, más bien, de la existencia
humana, de estar alertas. Una de las cosas que más me ha gustado es que la
crítica, la lectura del mundo, ha preponderado sobre todo la parte humanista,
tecnológica, artística de la pienza, y al final la política. Cuando se
subordina el arte a una visión política, le estas cortando las alas.
Pero Carne y arena
—que tras pasar por Cannes, Milán y Los Ángeles se podrá experimentar en la
Ciudad de México desde el 18 de septiembre en el Centro Cultural
Universitario Tlatelolco de la UNAM— no sólo habla de la frontera
mexicoestadounidense. Hay en la pieza guiños a otras latitudes, los refugiados
que cruzan el Mediterráneo hacia Europa desde África o el Medio Oriente, por
ejemplo.
"Las historias son las mismas, y las tragedias, y sus
océanos son estos desiertos. Allá se disuelven en el agua, aquí en la arena. Es
un fenómeno mundial", zanja el cineasta, y deja en claro: "Ésta no es
una obra mexicana, nacionalista, en contra de un individuo. Me parece que eso
reduciría a la pieza. Va más allá".
Decisión racista
En su cruzada contra los migrantes, Donald Trump decidió
cancelar el programa DACA, que beneficiaba y daba protección a los
indocumentados que llegaron a Estados Unidos cuando eran niños, los llamados
dreamers.
"Me parece detestable, me parece inhumano y cruel. Me
parece injustificable, punto", responde Iñárritu ante la cancelación.
"No creo que haya una posible forma de justificar la decisión, ni
legalmente ni económicamente. No hay un solo ángulo que pueda ser justificable.
Ésta es una acción racista, etnonacionalista. Un gran peligro".
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Texto que publiqué en Reforma el 14 de septiembre. CR
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