14.9.17

¿Dónde están todos?

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Cuando comienza el alba, el terror se ha ido, los gritos han callado. Las luces de la patrulla fronteriza, exaltando la vejación y los insultos, también se han apagado. "¿¡Dónde está el 'poiero'!? ¿¡¡¡Quién es el 'poiero'!!!?". Y todos callábamos, mientras el vuelo de un helicóptero terminaba por calarnos los huesos. Y el frío.
Pero allí seguía el frío, la arena helada del desierto bajo mis plantas, recordando que seguía yo vivo. Porque la soledad era ahora grande. Quizá corrí y escapé. Cómo diablos y en qué momento habría hallado la fuerza para correr y escapar que el alba me sorprende solo, ante la belleza de un desierto que ya cuesta trabajo ver, porque la belleza, hace unas horas, era el infierno.
¿Y el pequeño de 4 años?
Pienso en el pequeño de 4 años. Su mirada de cordero. Su piel sucia, golpeada, imperfecta. Pienso en un cordero desollado que aferra en su mirada una pizca de vida, drogado por el hambre, el cansancio, el espanto. La mirada de un cordero al que llevan al matadero. Lo increpaba la migra, iluminando con una linterna potente su rostro desencajado, como buscando sacarle respuestas a un trapo.
Con nosotros estaba también un muchacho salvadoreño. Le debía hasta el alma a los coyotes. Pero qué alma tras cruzar un lugar tan desalmado.
La belleza del desierto de Arizona es cruel. Su paisaje de cactáceas. Su temperatura de morgue. ¿Habrá terminado este desierto, la noche de anoche, en una morgue? Cómo es que no figuro tumbado en la morgue y me ha sorprendido el alba sobre mis dos piernas. Solo.
Recuerdo al chico del "refrigerador", el cuarto frío en que nos tuvieron los polleros antes de cruzar el Bravo. Los "poieros". Había sido separado de su hermano y yo pensé en mis hermanos. ¿Qué será ser desprendido de lo único fraternal que llevas en un viaje al infierno? ¿Emprender el viaje solo?, como sea. ¿Pero que te partan en dos a mitad del camino? ¿Que te abran ese vacío del tamaño de un hermano en tu presente helado?
Pienso en el chico mientras miro el alba, exaltado, con el corazón bombeando. Mientras miro cómo los rayos del sol iluminan un residuo de pétalo, o pelusa, basurilla que divaga por el aire, esquivando los matorrales.
Qué soledad tan grande. Qué soledad la de una mochila que encuentro en la arena. La de ese zapato. ¡Cómo desearía ahora mismo mis zapatos!
¿Pero qué hago aquí frente a este horizonte que comienza a clarear? Y solo. Yo tenía en la frente la punta de una ametralladora. La del agente con acento mexicano; de todos, el más cruel. Elisa, la guatemalteca, nos lo había observado. "Es el más cruel".
¿Se llamaba Elisa? ¿Cómo se llamaban todos? No lo recuerdo. Elisa había dejado a sus hijos en Centroamérica; la más pequeña de 3 años. Y Manuel era el hondureño, me parece. Y había otro chico con nombre extraño. Quizá Yónder.
Pero ¿dónde están todos?
***
La experiencia la provoca Alejandro G. Iñárritu en complicidad con Emmanuel Lubezki. El cineasta y el cinefotógrafo que dejaron reposar el cine para tomar por los cuernos una nueva aventura: la inmersión en realidad virtual a través de una instalación, Carne y arena, que traslada al espectador, literalmente, al desierto de Arizona, haciéndolo partícipe del infierno que suelen experimentar quienes cruzan, de ilegales, la frontera.
El espectador estará ahí, en medio de 14 historias, de manera activa. Sentirá incluso afinidad. Angustia y horror. Lo único que le hace falta a la experiencia es el contacto con los personajes y el olor.
¿Pero no es esto, al fin y al cabo, cine?
"No creo", se apresura a responder Iñárritu en entrevista. Apela al rol activo que asumirá el espectador, a la multisensorialidad, lejos de la audiencia pasivo-colectiva de una sala. "Son dos medios absolutamente distintos", asegura.
Al terminar la experiencia, y verse solo en el desierto, surge una pregunta, "¿Dónde están todos?". Pero ¿dónde está Iñárritu tras recrear con los propios migrantes este viaje?
Me mantengo muy solidario, creo yo. Me siento un inmigrante, más allá de mis condiciones favorables. Soy un inmigrante geográfico, y entonces hay una empatía que quise de alguna forma compartir, poder darle acceso a la gente a través de fragmentos de estas vidas, entender; porque entender es la otra palabra de amar, y si no entiendes no puedes amar. Y creo que estas personas han sido incomprendidas ante un sinfín de artículos, documentales, películas, que no llegan nunca a poder penetrar en la realidad de quien es un fantasma, de quien es un apátrida y de quien no tiene identidad y se le ha negado, y yo creo que poniéndonos en sus zapatos hay una posibilidad de entendimiento de una realidad que es aterradora.
Ya en otras ocasiones, como en Babel, por ejemplo, te pusiste en los zapatos de los migrantes, pero es ahora que realmente te los calzas...
Pasé muchas horas con ellos, entrevistándolos. Hubo una parte un poco periodística, documental, para poder entender de fondo sus vidas y poder después ficcionarlas, pero siempre basado y fundamentado en su verdad. Todo este proceso duró bastante tiempo, en diferentes etapas; fuimos al desierto y filmamos, luego vino toda la parte de digitalización... Creo que toda esa convivencia me hizo admirarlos mucho más porque conocí sus retos y su realidad tan vulnerable, su estado de ánimo, su fuerza, su esperanza; algo verdaderamente arrollador. Realmente te sientes un débil en comparación con estas personas, tienen un centro de energía muy particular que te inspira.
¿Crees que algo así le cale a un Trump?
No sabría decirlo. Yo creo que el narcisista y el sociópata tienen una característica: la falta de empatía, la falta de entendimiento con el otro. Por eso dudo que pueda llegar a tener un resultado.
¿Entonces a quién quieres llegar?
Quiero llegar a todas las personas que quieran, digamos, entender esta realidad. Me gustaría que lo vieran quienes en un momento dado no lo llegan a comprender o que están ajenos. Muchas veces los capitalinos estamos ajenos a esa realidad porque estamos muy lejos geográficamente y tenemos nuestros propios problemas. Pero también, evidentemente, en Estados Unidos me gustaría que lo vieran quienes tienen un prejuicio, una idea errónea. Creo que sería hermoso que quienes tengan una visión superficial o manipulada por intereses políticos se pudieran dar el tiempo de poder penetrar y tomar sus propias conclusiones.
El mensaje es grande, y las ganas de llevarlo a muchas personas también, más que el cine, quizá, pero aquí hay una limitación: el cine puede llegar a millones de espectadores y esta experiencia, por ser individual, sólo a contadas personas...
Ésa es una limitación, digamos, de la tecnología y de la experiencia en sí. Y tienes toda la razón: es un poco frustrante que no pueda ser una experiencia que pueda ser visitada por muchas más personas, pero también su poder radica ahí. Su virtud, es su limitación, y no hay nada que hacer. Lo que se va a intentar es que la pieza se exhiba por largo tiempo para que más personas puedan verla. Ahorita está en Milán, en Los Angeles y ahora en México, y estamos intentando llevarla a más ciudades en el mundo.
¿Estamos ante un Iñárritu activista?
No. Es importante aclarar que, para mí, esto siempre ha sido una instalación artística y humanista. Creo que subordinar todos estos años de trabajo a una misión política me parecería un error. Me sería más fácil escribir un artículo o expresar vocalmente lo que pienso, que lo he hecho. Esto va más allá de lo político. Tiene que ver con una cuestión, más bien, de la existencia humana, de estar alertas. Una de las cosas que más me ha gustado es que la crítica, la lectura del mundo, ha preponderado sobre todo la parte humanista, tecnológica, artística de la pienza, y al final la política. Cuando se subordina el arte a una visión política, le estas cortando las alas.
Pero Carne y arena —que tras pasar por Cannes, Milán y Los Ángeles se podrá experimentar en la Ciudad de México desde el 18 de septiembre en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco de la UNAM— no sólo habla de la frontera mexicoestadounidense. Hay en la pieza guiños a otras latitudes, los refugiados que cruzan el Mediterráneo hacia Europa desde África o el Medio Oriente, por ejemplo.
"Las historias son las mismas, y las tragedias, y sus océanos son estos desiertos. Allá se disuelven en el agua, aquí en la arena. Es un fenómeno mundial", zanja el cineasta, y deja en claro: "Ésta no es una obra mexicana, nacionalista, en contra de un individuo. Me parece que eso reduciría a la pieza. Va más allá".
Decisión racista
En su cruzada contra los migrantes, Donald Trump decidió cancelar el programa DACA, que beneficiaba y daba protección a los indocumentados que llegaron a Estados Unidos cuando eran niños, los llamados dreamers.
"Me parece detestable, me parece inhumano y cruel. Me parece injustificable, punto", responde Iñárritu ante la cancelación. "No creo que haya una posible forma de justificar la decisión, ni legalmente ni económicamente. No hay un solo ángulo que pueda ser justificable. Ésta es una acción racista, etnonacionalista. Un gran peligro".
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Texto que publiqué en Reforma el 14 de septiembre. CR
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