27.12.20

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Luego de tantos sacrificios y combates, obediencia y marginación, la generación de Leonardo Padura (La Habana, 1955) se vio ante un porvenir que no sólo prometía un departamento propio en un barrio proletario, sino también la posibilidad de poseer un auto soviético –un Lada o un Moskvitch– y viajar incluso al extranjero. De menos, a la URSS.

 

Y así lo dejó escrito en La generación que soñó el futuro, porque el futuro, tras el triunfo de la Revolución Cubana, en el 59, era suyo. O eso al menos les trazaron sobre el mapa.

 

Pero vendría la caída del Muro de Berlín en 1989 y con ello el fin del socialismo y el inicio del "periodo especial", y el porvenir se pintó turbio.

 

Y de ello habla La generación que soñó el futuro, ensayo que ahora se desdobla en Como polvo en el viento, un libro que es por mucho el mismo libro pero llevado a la narrativa: una novela publicada por Tusquets que indaga en la realidad de la isla que le tocó vivir a su generación y que retrata la gran diáspora a partir de los 90.

 

Una generación, precisamente, "como polvo en el viento", observa en entrevista telefónica desde La Habana el escritor, galardonado en la pasada Feria Internacional del Libro de Guadalajara con la Medalla Carlos Fuentes, distinción que se suma a premios como el Hammet y el Princesa de Asturias.

 

Pero ¿hasta dónde llega la literatura para fusionarse con lo autobiográfico en este nueva novela?

 

"Cualquier libro, cualquier novela que se escribe a partir de la época en la que uno ha vivido, pues se nutre de las experiencias, de las circunstancias que uno ha ido atravesando, y de las experiencias y circunstancias que uno ha visto que van atravesando otras personas", responde el autor.

 

Como polvo en el viento, por ejemplo, abreva de historias cercanas, como la de su hermano menor, Eduardo, quien salió de Cuba en el 79, muy joven, radicado actualmente en Miami.

 

"Aquí en Cuba era sastre, hacía ropa, y en los Estados Unidos se ha reciclado como diseñador de interiores, y lo hace muy bien, tiene buen gusto y es muy trabajador", evoca Padura. 

 

"Recuerdo que iba a su trabajo aquí en Cuba en una pequeña motocicleta rusa que se había comprado –se llamaban Karpaty–, y un día, con la Karpaty cayó en un hueco que había en la calle y salió volando por encima de la moto. Llegó aquel día a la casa que parecía un monstruo y me dijo: 'Yo tengo que irme de este país; quiero tener una casa y un carro', y tomó en ese momento la decisión de irse".

 

Pero la nueva novela, aunque habla de exilios, trata también sobre la permanencia.

 

"Tiene que ver con la distancia, pero también con la necesidad de la cercanía", añade Padura. 

 

"Nosotros estamos viviendo las historias de la migración desde que nacimos. La migración, el exilio, ha sido una condición que ha acompañado a la historia de la nación cubana desde sus orígenes mismos. El exilio nos ha perseguido".

 

¿La diáspora cubana es en sí el gran drama de la isla?

 

"Yo creo que todas las diásporas son dramáticas, los exilios son dramáticos, y las diásporas mucho más. Uno de los grandes dramas de la historia de la humanidad es la diáspora judía, ¿no?, que es la diáspora por excelencia, pero creo que todas lo son. Ustedes, en México, lo saben perfectamente: la diáspora mexicana en los Estados Unidos, en el sur, que hay una gran cantidad, y está llena de dramas, de historias terribles, incluso hay toda una literatura sobre el drama del exilio mexicano, de la inmigración; historias de las muchas que se pueden leer con respecto al destino de un país como México, y la de Cuba pues ha sido una migración que, en el caso específico de Estados Unidos, ha sido muy beneficiada por el factor político, que ha hecho que los cubanos, durante décadas, solamente con poner un pie en los Estados Unidos ya tenían derecho a la residencia y al año sus papeles, y eso hizo que fluyera una emigración con ventajas con respecto a otras de Latinoamérica, pero no deja de tener esos rasgos dramáticos que son la lejanía, el estar en otro país, con otra lengua".

 

Usted, además de cubano, tiene pasaporte español, pero permaneció siempre en Cuba. ¿Lo tentó alguna vez de manera firme la diáspora?

 

"Me tentó en mucho momentos, sobre todo en esa década del 90 que la vida aquí en Cuba se hizo muy complicada. Llegó un momento en el que faltó todo lo material, y faltó la esperanza, incluso, y era un momento que mucha gente decidió buscar una vida mejor en otras partes por razones de carácter político, económico, social, familiar, sentimental, en fin; había todas las razones posibles, y yo pude haberlo hecho. Incluso, yo recuerdo que la primera vez que yo viajo con mi esposa fuera de Cuba fue a México, en el año 1994; yo había ganado uno de los premios que entonces daba la revista Plural, eran mil dólares el premio, y me pagaban el billete de avión para que fuera a la premiación, y con esos mil dólares compré el billete de mi esposa y le dije: 'Mira, con lo que queda, vamos a estar aquí en México hasta que se nos acaba el dinero, y estuvimos casi un mes en México durmiendo en casas de amigos, en casa de Paco Ignacio Taibo y otros amigos; comiendo tortas y tomándonos las Coca-Colas más grandes y más baratas que vendían, y las comidas corridas, que son una maravilla, o por lo menos en aquella época de los 90 todavía eran una maravilla; como en el mundo todo va cambiando y no todas las cosas cambian para mejor...

 

"Pero mira, al final regresamos porque yo sí tenía un proyecto muy claro, que era el proyecto de que quería escribir, y en Cuba, incluso con condiciones económicas muy jodidas, muy difíciles, yo tenía algo que afuera no iba a tener, que era tiempo, y ese tiempo lo dediqué a escribir".

 

En aquellos años tan duros escribiría tres novelas, las primeras protagonizadas por el célebre detective Mario Conde, así como su libro de ensayo sobre Alejo Carpentier, Un camino de medio siglo, más un título de periodismo y otro de cuentos.

 

Escribió "como un loco para no volverse loco", recuerda, y los frutos vinieron después, cuando la tercera entrega de Conde, Máscaras, ganó el Premio Café Gijón de Novela y Tusquets puso el ojo en su obra.

 

"Y a partir de ahí tuve una posibilidad de tener condiciones económicas mucho mejores y, sobre todo, algo que es muy importante para un escritor, que es saber que tiene un editor, porque hasta ese momento no lo tenía", recuerda el también autor de El hombre que amaba a los perros, convertido ya en un clásico latinoamericano.

 

Siempre ha dicho que usted da al lector la garantía de que en sus novelas no hay ninguna mentira con respecto a la realidad cubana. Fidel Castro dejó el poder hace 12 años y falleció hace 4, ¿qué tanto ha cambiado esa realidad?

 

"Ésa es una pregunta muy complicada. Con independencia de que esté Fidel o no esté Fidel, de que Fidel haya dejado el poder hace 12 años, el sistema político cubano sigue siendo el mismo, sigue teniendo la misma estructura, y eso a veces da la impresión de que la sociedad cubana no ha cambiado, y de hecho no ha cambiado el sistema político pero la sociedad sí, y ha cambiado bastante. En estos años, han ocurrido cosas que tienen que ver con decisiones internas y con realidades universales, globales, a las cuales no se puede estar ajeno. Mira, en esos años 90 que se produce esa diáspora, tener un teléfono fijo en una casa era casi que un privilegio, y, por ejemplo, yo que trabajaba en un periódico en los años 80, hicimos la solicitud para que me dieran uno y nunca me lo dieron. Hoy en día todo el mundo en Cuba tiene un teléfono móvil, y el 80 por ciento tiene datos móviles, lo que le garantiza conexión a internet; la gente está en Facebook, en Instagram, en todas las mierdas ésas que andan por ahí dando vueltas. Y eso hace que la sociedad sea completamente distinta. El hecho de que los cubanos desde hace muchos años puedan viajar con mucha mayor libertad, cambió muchas reglas del juego, de que se haya abierto la posibilidad de más trabajos por cuenta propia, más trabajos privados, eso también, en fin...

 

"Y el hecho mismo de que no esté la figura de Fidel, pues también ha cambiado los códigos en la comunicación política, por lo tanto, en la sociedad cubana... y te estoy haciendo una síntesis, porque hay un cambio que es fundamental: a veces, a nivel político, no lo sentimos, pero a nivel social sí se siente, y es un cambio en la mentalidad de la gente, y cuando lees esta novela y ves las razones y los modos en que migra la gente de mi generación y las razones y los modos en que migran los hijos de mi generación, pues te das cuenta que son dos países que han cambiado muchísimo en unos pocos años".

 

En Como polvo en el viento, Padura reconoce una gran obsesión que tiene que ver, precisamente, con el destino de su generación, con el tema del exilio y con los desencantos, con la nostalgia de aquel momento en que él y sus amigos estuvieron a las puertas del futuro, a un paso del Lada o el Monkvitch en el garaje de su apartamento en un barrio proletario.

 

"Pero nos dimos cuenta de que nos pasó el tiempo por el lado y el futuro ni se enteró", dice el autor. "O se enteró de otras maneras, porque, como te decía, han cambiado las cosas tanto que éste no es ni remotamente el futuro que imaginábamos, pero es otro distinto".

 

Lo que no ha mutado desde entonces, insiste, es la obsesión.


* Entrevista publicada en Reforma.

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