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Se llamaba Jacob y acababa de cumplir 20 años.
Le parecía fantástico el hecho de sostenernos en huesos.
–Miren qué lindo bailamos y andamos de puntitas, decía.
–Lo bien que nos sale retorcernos
y menear las caderas y las manos.
Y en verdad meneaba el culo y las caderas
como si él lo hubiera inventado.
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