30.10.11

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Cuando murió Leonora, sobre su cama se enderezó una garza de patas largas, plumas brillantes, casi escamas. Un poco torpe, tropezando entre los muebles, estampando brusco el pico contra su imagen en el espejo del tocador, el ave abandonó las sábanas. Como tocada por la conciencia, frente al cuerpo de garza que reconoció en su reflejo, giró el delgado pescuezo y escudriñó cada vértice del cuarto frío. Luego abrió sus alas majestuosas y salió volando por el balcón, perdiéndose en el cielo de la Colonia Roma. Quedaron las puntas de las cortinas volándose hacia afuera, como si la casa, con la garza, no acabara de salir.
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