22.1.08

LA POESíA DE LAS COSAS

:
Alan Glass vino a México en un barco carguero que zarpó de Barcelona en 1961, y apenas pisó tierra, asegura, signó su destino. Viviría en el país, aunque en las sombras, profanando, en nombre del Surrealismo, el más grande "cementerio de objetos" de la ciudad, es decir, La Lagunilla.

Atrás quedaba la tarde parisina en que André Bretón y Benjamin Péret le organizaron su primera exposición en la extinta librería Le Terrain Vague, en la Rue de Cherchemidy, y ahora se entregaba a la exploración de "la poesía de las cosas", como él mismo dice, baratijas que traería del olvido para hacerlas protagonistas de sus cajas-objeto.

Su casa de la Colonia Roma, sobre la calle de Tabasco, está llena de ellas. Las hay sobre el suelo, en los pasillos, colgando de la paredes, apoderándose del sitio que debió ocupar la sala o, incluso, invadiendo los baños, y son vitrinas que contienen chácharas y figuras yuxtapuestas en discursos surrealistas.

En realidad parecieran ser ojos, y en todo momento se muestran atentos a esta entrevista.

Glass —quien en octubre recibirá un homenaje a través de una exposición en el Museo de Arte Moderno— es un hombre tímido y solitario, acepta, y antes de comenzar la charla ha decidido entrar en su cocina y traer consigo pastel de frutas secas y café, buscando romper el hielo.

Enemigo de los reflectores y las multitudes, el artista de 75 años refiere que su casa es ejemplo de una vida dedicada a sus cajas surrealistas, cuyos lenguajes evocan los colages tridimensionales del neoyorquino Joseph Cornell, con quien siente afinidad.

"Cada fin de semana voy a La Lagunilla", comenta con voz pausada, "o a un mercado de pulgas a unas cuadras de aquí, en Chapultepec y Cuauhtémoc, y cada vez voy llenando y llenando de cosas mi casa, y no sé si voy a utilizarlas antes de morirme, pero a ver, esperemos que sí".

Nacido en Montreal, en 1932, Glass es un personaje ya conocido entre los marchantes y anticuarios.

Incluso le dan trato de amigo, asegura, y a veces sólo aguardan su llegada para ofrecerle figuras o artefactos que, un segundo antes, no estaban dispuestos sobre el tendajón.

Pero él no compra cualquier cosa, aclara, sino sólo aquellos objetos que son capaces de generarle cierta conexión. "No sabes por qué, pero, a veces, las cosas te hacen guiños", refiere Glass mientras le da un sorbo a su café.

El último objeto que le “cerró el ojo”, y que, por cierto, no compró y ahora se arrepiente, fue una hélice de barco. En realidad, aún no sabe, a ciencia cierta, para qué tipo de pieza pudiera servirle, pero esa hélice es ahora una necesidad.

"Estoy esperando a que sea fin de semana, y ojalá que el sábado todavía la encuentre", señala quien después de sus andanzas sabatinas se encamina al domicilio de su vecina, Leonora Carrington, con quien comparte tardes de té y una amistad que se acerca al medio siglo.

Muchos de los objetos que Glass adquiere terminan acumulándose en los rincones de la casa, reconoce, pero así pasen décadas de cada adquisición, él siempre sabe lo que tiene.

"Antes tenía todas las cosas sobre el suelo, pero encontré un gatito y me hizo todo un desastre, así que puse orden y metí las cosas en cajas, pero para mí eso es problemático, porque a mí me gusta tener las cosas a la vista".

—Y ese gato, ¿aún existe?—, le interrumpo.

Ante la pregunta, Glass se levanta de su sitio y se acerca a una pequeña consola de donde toma un par de fotografías que ahora me extiende.

"Por desgracia murió", refiere señalando con el dedo la imagen. "Era un gatito lindo y se llamaba Fantômas. En realidad no tenía mucho tiempo con él, pero yo le quería mucho a ese gato".

—¿Y a tí, te gustan los animales?—, me pregunta con cierta tristeza.

—La verdad que sí, y sobre todo los gatos—, le respondo.

Glass, quien recién realizó un viaje a París, en donde adquirió objetos como una bola de cristal para videntes que halló en el mercado de pulgas de Porte de Vanves, cuenta que al llegar a casa se encontró con la muerte de Fantômas: "Por eso ahora estoy un poco así y no me ubico".

Ahora quizás vuelva a desempacar los objetos guardados, señala el artista, y no permitir que le venga la nostalgia cuando de nostalgia ya tiene demasiado, sobre todo cuando evoca el movimiento surrealista de los años 50, reconoce.

Y es que antes de venir a México, a invitación de su amigo Alejandro Jodorowsky, había recibido en París aquella suerte de bautizo surrealista que se tradujo en la exposición de Le Terrain Vague, espacio encabezado entonces por el editor Eric Losfeld.

"Un día", cuenta, "después de visitar una exposición en la galería L'Etoile Scelée, me tocaron a la puerta un grupo de jóvenes del grupo surrealista, porque tenían la costumbre de visitar a las personas que firmaban los libros de visitas de las exposiciones, sólo con el fin de descubrir gente".

Glass recuerda que aquellos extraños visitantes, cuyas actitudes no podían ser más propias del Surrealismo, le llevaron ante Breton. "Yo le llevé mis dibujos y le gustaron, así que encomendó a Péret que buscara una galería para mis obras”.

Así entró al movimiento, refiere, aunque, a decir verdad, el Surrealismo siempre estuvo allí.

"Hay surrealistas que llegaron al Surrealismo a través de los libros, de la erudición, pero hay otros que llegaron por nacer surrealistas, y porque un conjunto de circunstancias los llevaron hacia el movimiento como imán. Yo creo ser de los segundos.

"Pero aunque el Surrealismo, como movimiento, está terminado, aún guarda un sentido más amplio", asegura: "un sentido que siempre existirá y trascenderá las épocas".

Y eso, en parte, le alivia, reconoce Alan Glass, quien ahora toma la cuchara y remueve el contenido de su taza, haciendo círculos que, de pronto, traen consigo una espiral donde parece reflejarse, incluso entrar. Entiendo, entonces, que es hora de dar las gracias y partir..
*
Entrevista publicada en Reforma (aunque ésta tiene sus añadidos)

4 Comments:

Blogger fgiucich said...

Brillante, amigo; un reportaje de campanillas. Abrazos.

enero 23, 2008 10:56 a.m.  
Blogger La Cordero said...

La verdá, la verdá... me gustó rete harto. Sabroso texto, humano, íntimo.
Besiños.

enero 24, 2008 11:47 p.m.  
Anonymous Anónimo said...

Conversacioines como aquella imagino son las que que Paul Bowles le señalaba a la mujer perdida (Debra Winger en el film El Cielo Protector)como esos acontecimientos que suceden a veces, quizás seis vecesmenos o más en la vida.

Me hace pensar que me gustaría hacer esas cosas bellas cuando sea viejita y esté sola sola :) Recorrer ferias de anticuarios es un placer, algo comparable a no sé, a un viaje. Sí. Es un viaje.

¡Glass y Leonora Carrington! llegar a la vejez y poder dialogar con Glass y que él pueda dialogar con ella. Si pudieras grabar la voz de Elenora, entrevistarla. Cuánta vida. Y siguen creando...

enero 27, 2008 9:25 a.m.  
Blogger Tristán said...

FER, PATO, hartos thnks :D

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Hola, FX. Lástima que Leonora sea una mujer de pocas palabras. Fíjate que cuando empecé en esto del periodismo (por ahí del 99 o 2000) fue precisamente con una nota sobre Leonora, quien había donado a la ciudad una fuente-cocodrilo que estuvo en una sección aislada del Bosque de Chapultepec y que después mudaron a Paseo de la Reforma. Fueron pocas palabras las que le pude sacar a Leonora, entre ellas que estaba cansada, me dijo, pero al mismo tiempo descansada porque su madre lagarto había encontrado un hogar... Oyes, por cierto, pasé a tu blog y me pareció muy chido. Un fuerte saludo ;)

enero 27, 2008 5:16 p.m.  

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