9.8.11

:
Nunca voy a escribir un gran poema
Lo digo con el poema en la mano
                 comiéndome la mano
                 vaciándome el brazo, el pectoral
Lo dice quien poco a poco existe menos
cada vez más vaciado
un hoyo negro…
Y erguido, en su lugar, un gran poema
sin poder escribirse
                 como un árbol
Nunca nadie un gran poema donde existe nada

8.8.11

Segundo Callejón de Manzanares

:
Nunca escuché del Segundo Callejón de Manzanares hasta que estuve allí a principios del año pasado. Me había encontrado con Luis en algún punto del Centro para irnos a explorar hasta que, caminando por Corregidora, dimos con él. Los vecinos lo habían convertido en un pasaje recubierto con techos de nylon y flanqueado por congales baratérrimos, con mesitas oxidadas de Corona o Carta Blanca y, adheridos a las paredes, altarcitos a la Santa Muerte, la Virgen María en sus diversas presentaciones o San Juditas. La chela estaba en cosa de 10 pesos.
Sentarse a beber en esos lugares era un ocio colateral, porque en realidad los parroquianos iban a presenciar la pasarela de chicas que desfilaban, haciendo círculos, sobre el improvisado pasaje. Y yo había escuchado de las pasarelas nocturnas de la Merced, en los rumbos del mercado, pero el callejón estaba a tan sólo a unas cinco calles de Palacio Nacional y eran alrededor de las 5 de la tarde; me impresionó su accesibilidad. Recuerdo a una chica muy delgada que el maquillaje hacía ver apenas de unos 16 años, con una mini negra cortísima y de pasos tambaleantes, como si su experiencia en tacones se remontara a ayer.
Luis y yo nos pusimos a observar la escena hasta que consideramos que era prudente alejarnos, y nos alejamos.
El sábado volví con Erick y Guillermo Eduardo. Los llevé porque quería mostrarles el triste espectáculo, sobre todo porque los tres escribimos y esas imágenes suelen darles a los que escriben materia cruda para azotarse contra el mundo y cosas así. Pero el callejón ya no existía, sus congales estaban clausurados y de putas nada.
Mientras atravesamos el callejón, cometí la imprudencia de detenerme a mitad del camino y echar un vistazo a través de una puerta que estaba abierta. Había llamado mi atención el altar al fondo del pasillo, cuando de pronto salieron dos vatos y me enfrentaron.
—¡Qué buscas, cabrón! ¿Qué estás buscando?
—No, nada, brother. Ya nos vamos.
Y caminé junto a Erick y Guillermo Eduardo con la cola entre las patas, esperando el momento justo en que nos tomaran del hombro y la putiza correspondiente. Lo cierto es que salvamos el pellejo, porque nos dejaron seguir.
Al llegar a casa, leí que el 21 de mayo un operativo policiaco había asaltado el sitio. Me había llegado ya la noticia, pero no registré que se trataba del mismo lugar. Se dijo que el callejón era operado por dos hermanos, los Rodríguez Mejía, que desde hacía 30 años esclavizaban a chicas de provincia obligándolas a prostituirse; el cliente las señalaba en la pasarela mientras ellos le proveían uno de los 39 cubículos cutres de 1.20 por 2 metros que mantenían en un inmueble sobre el mismo callejón. Cada chica andaba en círculos 12 horas al día. Se rescató aquella noche a un total de 62 mujeres, entre ellas una de 15 y otra de 13.
Frente a mi compu, me vino la imagen de la chica de mini negra. Su rostro me pareció más triste que cuando la vi con Luis. Quizás un día le escriba un poema.
Fotos: Reforma y La Vanguardia.
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