29.11.06

San Lázaro

Imagen tomada de Chilanga Banda.com

27.11.06

Zapato

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Un libro es un zapato

Agustín Carstens

15.11.06

?

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¿Para qué sirve la poesía?, le pregunto a Elaine Feinstein.

No es una pregunta fácil, me contesta, pero te puedo decir que muchas veces me he sentido muy triste, por ejemplo, y un poema me conmueve como ninguna otra cosa. Entonces pienso, sencillamente, que la poesía en el ser humano es algo parecido a necesitar..

6.11.06

Mataviejitas a la París

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aquí todo se parece a esto ─la muerte sin llantos, nuestra activa hija y sirvienta, un amor desesperado, y un bonito crimen piando en el cieno de la calle.
ARTHUR RIMBAUD

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París, 1984 (y posteriores).─ Iona Seigaresco no sabía si elegir entre una lata de puré de tomate o ponerse a cocinar su propia salsa. Hacía sus compras semanales en una tienda de la Rue de Bruxelles. Era maestra jubilada y le guardaba cierto recelo a los enlatados. De todas maneras, pensó, ya no era edad de meterse a la cocina. Podría llevarse el puré de tomate.

Luego dejó el supermercado, dobló en el Boulevard de Clichy y pasos más tarde entró en su apartamento. La ciudad estaba congestionada y el Moulin Rouge, muy cerca, aún lejos de convertirse en lo que el Moulin Rouge es por las noches.

Cuando la policía parisina la encontró tenía la nariz y la mandíbula fuera de sus sitios. Estaba amordaza. Las manos y las piernas maniatadas con un cable eléctrico, y el cuerpo de Iona Seigaresco aún estaba caliente.

Dijo un vecino que vio salir del edificio a una mulata. También dijo la policía que la autopsia había arrojado que la víctima, de 71 años, tenía los huesos del costado derecho destrozados, pero su muerte había venido con la asfixia (una bufanda alrededor del cuello) mucho antes de que la golpearan.

Era el cinco de noviembre del 84. Iona Seigaresco era la tercer anciana asesinada en el distrito de Montmartre en los últimos treinta días, pero era la primera en que el móvil del asesinato, según la comisaría que investigaba el caso, sugería no un simple robo, sino odio.

Ana Barbier, de 83 años, quien como Seigaresco vivía sola, había sido asesinada exactamente un mes antes. Su atacante la había asfixiado con una almohada. El cuerpo estaba atado con el cordel de la cortina. Le habían robado doscientos francos y, dicen, costó trabajo desmaniatarla.

La segunda víctima, Suzanne Foucault, de 89, fue encontrada cuatro días después, el 9 de octubre. También vivía sola. Después de hacer sus compras alguien entró a su apartamento tras ella. Esta vez fue asfixia con una bolsa de plástico. Quinientos francos, el botín, y un reloj valuado en otros trescientos.

Había un asesino serial en París: el Monstruo de Montmartre (así le llamaron los diarios, y a los parisinos les gustó el nombre). Seigaresco era la tercer víctima, sólo que en su caso no destacaban los diez mil francos que el atacante se llevó consigo, sus mejores números hasta el momento. Era la violencia. El odio que reflejaban las costillas de Seigaresco, la nariz y la mandíbula, destrozadas.

La policía de París dedujo muchas cosas. Entre las menos importantes que el monstruo no contaba con un empleo fijo, pues la ciudad trabajaba mientras se mataban ancianas. Debía ser, asimismo, un monstruo amable; ninguna de las cerraduras había sido forzada. Y que era joven y robusto o, en su defecto, por aquella mulata que vieron salir del edificio de Seigaresco, un trasvesti afro, joven y robusto.

En ésas andaba la policía cuando el monstruo, dos días después, mataba a la cuarta anciana: Alicia Benaïm, 84 años. Un día más tarde otra más: Marie Choy, de 80. Y al día siguiente la sexta: María Mico-Díaz, 75.

El monstruo no fue amable con ellas. Benaïm fue torturada, su rostro desfigurado, carecía de los rasgos suficientes para reconocer, a simple vista, la identidad del cadáver. A Choy la ahorcaron con un alambre de acero y de su boca drenaba sosa cáustica. Por su parte, en el cuerpo de Mico-Díaz, los forenses contaron hasta sesenta puñaladas.

El Monstruo de Montmartre odiaba a las mujeres. O más exacto es decir que odiaba a las mujeres longevas. Tal vez su niñez transcurrió entre ancianas que no dejaron nunca de juzgarlo. Eso pensaban los parisinos. Había entonces que librar a París de tan odiosas personas.

(.Había nacido en La Martinica. Cuando llegó era un mulato de 18 años. Vino a París para encontrarse con su padre, un hombre a quien no conocía y que los había abandonado cuando apenas tenía cosa de un año. Atrás, en Las Antillas, quedaban las descalificaciones de su abuela y la desatención de su madre.

Nada fue bueno mientras vivió con el padre. Se enroló en el servicio militar y, al concluirlo, ya era un homosexual. Se sumó a la comunidad gay de Montmartre. Fue mesero en un club nocturno de la Rue Lepic y en veces, cuando la dueña estaba de buenas, le permitía subir al escenario. Imitaba a Edith Piaf. La vie en rose en voz de una negra.

En el club conoció a Jean Mathurin y se hicieron novios, poco tiempo después de que Thierry (así se llamaba) fuera fichado por primera vez. Había pasado una semana en la cárcel tras ser reconocido como el muchacho negro que un día amenazó con un puñal a una intendenta, y luego, cosa normal, vació la caja del supermercado.

Vivía con Mathurin cuando cumplió los 21. Le gustaba la noche y tenía muchas deudas. Era dealer, de los malos, puesto que también era cocainómano. Se le ocurrió un día seguir a una anciana. Sería fácil robarle y aliviar con ello su situación económica. La elegida fue una mujer de 91 años, a quien no mató, pero quien tampoco le reconoció debido a su estado de nervios.

Horas más tarde de ese 5 de octubre, no conforme, asaltó otra anciana: Ana Barbier, quien ya sabemos que fue la primera de todas las que mató.)

Los asesinatos de ancianas continuaron. Era el verano del 86 y la comisaría de Montmartre sumaba 16 víctimas. Pero de pronto la violencia cesó. La policía parisina se mostró sorprendida. Tardó en darse cuenta que un mulato había caído preso por vender cocaína en un distrito de las inmediaciones de París. Su nombre: Thierry Paulin.

Nadie lo señaló a tiempo como el Monstruo de Montmartre y, al año, fue puesto en libertad. Buscó a Mathurin, su antiguo amante, quien había sido cómplice, dijo, de por lo menos nueve asesinatos. No lo halló. Continuó solo y mató a otras siete.

A Thierry Paulin le gustaba mirarse en el espejo. Era narcisista. Por eso, cuando por fin lo atraparon, confesó orgulloso y a detalle. Era noviembre de 1987. Aquella anciana que dejó viva, tres años atrás, se había recuperado del trauma. La detallada descripción de su atacante lo puso por tercera vez tras las rejas.

Se sentía como un dios, o quizás hasta Dios mismo. Dicen que recortaba de los diarios cada línea referente a él. Tapizaba las paredes de recortes, igual que los asesinos en los libros de Thomas Harris.

Murió en su celda a los 26 años, de sida, el 16 de abril del 89. Nadie sabe a cuántos presos contagió..
*
Ciudad de México, 2003, 2004, 2005 y 2006.─ Una mascada negra alrededor del cuello de Manuela Torrecilla (73 años). Una cinta de nylon utilizada para asfixiar a María del Carmen Muñoz (78). El estrangulamiento ocasionado por una media en Lucrecia Calvo (87). Una franela bordada apretando la garganta de Natalia Torres (70). Otra media en el caso de Estela Viveros (70). El cable del teléfono en Andrea Decarte (74). El de la tele en María del Carmen Cardona (72). Una media más sofocando el cuello de Socorro Martínez (82). Nuevamente una media en el caso de Estela Cantoral (70). Y etcétera (siguen varias por contar).
Texto (incompleto) publicado en Replicante No. 2 o No. 3, ya no me acuerdo

3.11.06

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Eclerosis Lateral Amiotrófica (ALS, por sus siglas en inglés), enfermedad neurológica progresiva y fatal donde los músculos se debilitan y atrofian gradualmente. Los órganos del cuerpo van muriendo uno a uno y la mente, mientras tanto, se conserva doblemente lúcida, siempre atenta hasta el final..

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