20.3.08

Cuando el padre muere

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Cuando el padre muere —escribe—, el hijo se convierte en su propio padre y en su propio hijo. Mira a su hijo y se ve así mismo reflejado en su rostro. Imagina lo que el niño ve cuando lo mira y se siente como si interpretara el papel de su propio padre.
..........Inexplicablemente, esta idea lo conmueve, no sólo por la imagen del niño, ni siquiera por la idea de estar dentro de la piel de su padre, sino porque vislumbra algo del pasado en el niño que se le ha esfumado..
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Paul Auster, en La invención de la soledad
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Auster en Nueva York, invierno de 1990

15.3.08

Se moriría en París un día del cual tenía el recuerdo

César Vallejo (1892-1938) dijo un día: Me moriré en París con aguacero, / un día del cual tengo ya el recuerdo. / Me moriré en París —y no me corro— / tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.

Y aunque no fue un jueves ni en otoño, sí existe cierta premonición en el arranque de Piedra negra sobre piedra blanca, pues, a decir del vallejista peruano Ricardo González-Vidal, murió en París —hace justamente 70 años— en un Viernes Santo de llovizna.

De tomarse en cuenta que el imaginario popular les atribuye a los poetas, también llamados vates, el don del vaticinio, no resulta ocioso recordar este detalle, me dice el crítico.

De hecho, asegura, existen testimonios de que Vallejo escribió el poema después de que éste le fuera develado por un sueño que tuvo en Perú en 1920, donde se veía morir en París en compañía de una mujer y un hombre desconocidos, y que después se interpretaría serían su esposa Georgette Phillipart y su amigo Juan Larrea.

El también vallejista Marco Antonio Campos, precisa, en cambio, que el poeta no murió en un día de lluvia sino luminoso, aunque sí fue enterrado, cuatro días después, en medio de "una llovizna pertinaz" en el cementerio de Montrouge.

Hacía frío, me asegura, e incluso a Nicolás Guillén, quien estuvo presente en el sitio al igual que Joan Miró, Louis Aragon y Tristan Tzara, se le oyó decir que el clima calaba los huesos.

Campos señala que el autor de Poemas humanos y Los heraldos negros fue enterrado como un héroe, experimentado un reconocimiento que no tuvo en sus 46 años de vida.

"En Piedra negra sobre piedra blanca Vallejo hace el cuadro de una vida llena de pesares, pero su vida no sólo fue eso, aunque de verdad que sí abundaron las desgracias", considera González-Vidal.

En la época en que escribió el poema, el escritor no sólo era centro de ataques por parte de críticos que no digerían el lenguaje innovador de su libro Trilce, sino que además lo perseguía la justicia acusado de una serie de disturbios que habían tenido por saldo la muerte de una persona en su natal Santiago de Chuco.

"De hecho lo terminaron metiendo a la cárcel", recuerda el crítico.

Luego de estar preso, Vallejo viajaría a Francia en 1923, donde abrazaría el comunismo, ideología por la cual se vio obligado a dejar París, en 1931, e instalarse en España, donde consolidaría su apoyo a los republicanos.

Vallejo, quien a decir de Campos tuvo una vida similar a una lenta crucifixión, volvió a la ciudad en que moriría en 1932.

"En 1938, luego de una rara comilona, cayó en estado comatoso", refiere.

"Fue trasladado a la clínica Arago desde su cuarto del Hotel du Maine (...) Los médicos ignoraban la enfermedad. Uno de ellos, el doctor Lejar, diagnosticó que se trataba de paludismo retardado.

"Pero en lo que los médicos franceses lograron un nivel de excelencia fue en acelerar su muerte", recuerda.

Campos, quien ahonda en el momento a través de su libro La ciudad de los desdichados, cuenta que el 14 de abril, buscando extraerle líquido encefalorraquídeo, le hicieron una pulsión lumbar que resultó fallida, muriendo al día siguiente.

El poeta fue sepultado hasta el martes 19, cuatro días después de su fallecimiento, debido a la irregularidad de los servicios funerarios durante Semana Santa. En 1970 sus restos se trasladaron al cementerio de Montparnasse, donde siempre deseó descansar..

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( En la foto de arriba, Vallejo, ya muerto, en la clínica Arago )

7.3.08

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Anders pulling splinter from his foot,
de Wolfgang Tillmans
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