31.8.12

Oaxaca, ¿paraíso o infierno?


Aldous Huxley entró a México por Puerto Ángel en 1933. Pobre Huxley. En algo menos de una hora, según cuenta en un sufrido diario de viaje, arribaría a Pochutla, uno de los pueblos más espantosos —así dijo— que jamás haya visto.
"Allí estaba, hundida en el polvo que llegaba hasta los tobillos, bajo el sol ardiente, irrevocablemente perdida. No, ni siquiera perdida, porque, obviamente, allí no había habido nunca nada que perder. Sólo desesperanzadamente ausente el fantasma medio muerto, prenatal, de un lugar. En la gran plaza achicharrada unas pocas mujeres indias se acuclillaban, envueltas en chales azules. Una tenía una hilera de tomates escrofulosos alineados ordenadamente ante sí; otra ofrecía tres plátanos a la venta; una tercera, envuelta en una nube de moscas, algunos trozos de carne ensangrentados..."
Pobre Huxley. El viaje vendría a desatar quizá sus páginas más rabiosas: Más allá del Golfo de México.
En camino a la Ciudad de Oaxaca, pasaría por Miahuatlán, que calificó de "pompeya miserable", sobre todo tras el sismo que había azotado a la entidad tres años antes. Había visto un cadáver a la vera del camino y pensado en las carnicerías casuales, domésticas, de sitios tan salvajes como aquellos. "En esta parte del mundo un hombre no se considera un hombre si no está armado", escribió.
A Ejutla le correspondió el calificativo de "ruinosa"; sólo llamó su atención la escultura de un ángel en la altura de su iglesia; ese ángel, dijo, no era más que un "indio primitivo" tocado inexplicablemente por el espíritu barroco, "pero una obra de arte genuina".
Cuando llegó a la capital, por fin reconoció belleza plena: Los Portales, Santo Domingo, Monte Albán, del que advirtió: "El modo más convincente de probar que un lugar dado es sagrado es hacerlo tan majestuoso y tan bello que, cuando lo vea, a la gente se le corte la respiración de asombro y reverencia".
Pero pobre Huxley, otra vez vendría la decepción cuando pisó el Valle de Etla, y entonces su rabia más notoria.
Cuenta que en ese momento se desarrollaba en el pueblo un concurso para elegir entre seis mujeres a la más bella del ejido, y él incrédulo, con la boca abierta. El escritor, quien se referiría al certamen como "Miss Etla 1933", advirtió, como sacando los dientes: "Sus rostros eran muy oscuros, pero estaban empolvados de malva. En cuanto a su silueta..."
Los puntos suspensivos no serían suficientes, y continuó: "Existe una cierta mezcla de sangre india y europea que da como resultado, por alguna oscura razón mendeliana, un producto humano enteramente nuevo. Las seis miss Etla pertenecían a él. Su belleza les hubiera permitido ganar todos los premios de una exposición ganadera. ¡Qué carnes macizas! ¿Y han contemplado ustedes alguna vez los ojos de un buey campeón? Como una terrible advertencia, la madre de uno de esos ejemplares se sentaba junto a ella. Las bellezas eran monstruosas pero jóvenes; e incluso la juventud de un monstruo es, hasta cierto punto, encantadora".
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Si de algo presume Oaxaca es del encanto que imprime ante los visitantes extranjeros. Pero, como en Huxley, no siempre fue así.
Antes que él pisó esas tierras, por ejemplo, D. H. Lawrence, quien diría que Oaxaca era "el centro del universo", pero también se referiría, aunque sin la rabia del primero, a su "salvajismo", el protagonismo de su "indiada".
Según documenta Fernando Solana Olivares en su libro de Crónicas sonámbulas, Lawrence escribió en 1924 una carta a su amigo John Middleton Murray desde el Hotel Francia, el mismo que años después vería enloquecer a un Malcolm Lowry bajo el influjo del mezcal.
"Hice una visita al gobernador del Estado, en el palacio", le cuenta en la epístola. "Es un indio de la sierra, pero parece un pequeño licenciado mexicano: bastante simpático. Pero todo aquí está loquísimo. Me invitó a ir mañana a la inauguración de un camino que se adentra en la sierra. Todavía no ha empezado a construirlo. Es por eso que nosotros lo inauguraremos. Y, claro, durante la merienda, puede ser que lo maten".
Los códigos locales nunca estuvieron al alcance de Lawrence, recuerda Solana en su libro: "Como tantos otros extranjeros sensibles, nunca supo del todo que en estas zonas periféricas enfrentaba lo diferente, no lo contrario. Y la incomprensión lo irritaba".
Tras su paso por México, el británico escribió La serpiente emplumada.
De sus páginas se desprende un amplio panorama sobre Oaxaca; destaca sus mercados, poblados por "hombres pequeños de pechos altivos" y "mujeres calladas, de cabeza redonda"; todos "salvajes", "sin lavarse". Cuenta que hasta comían cosas "horrendas", como insectos —chapulines— fritos.
Su mirada, la del autor, era la de un antropólogo que parecía provenir de una raza superior.
"Algunos vienen de lejos, caminaron la víspera con sus sombreros negros, sus huaraches con forro negro. Regresarán mañana y sus ojos serán los mismos: negros y brillantes y salvajes en sus caras morenas. Carecen de propósito, igual que los gavilanes del cielo; corren sin ruta, como corren las nubes".
Pero, ante todo, no la pasó tan mal como Huxley, o el pobre Lowry, quien bautizaría a la capital oaxaqueña como "la ciudad de la noche terrible", casi un infierno.
Estuvo allí por primera vez en 1937. Bajo el volcán, su novela, apenas tenía forma. Llegó porque su personaje inglés del cónsul, Geoffrey Firmin, buscaba enviciarse de un “aguardiente” poderoso que le dijeron elaboraban los salvajes de esas tierras, pero Lowry fue quien se envició. Su compañero de tragos sería un zapoteca: Juan Fernando Márquez.
Solana documenta que pidió auxilio desde el Hotel Francia a su amigo John Davenport. "S. O. S. Hundimiento rápido a popa y a proa. S.O.S. Peor que el Morro Castle. S.O.S. y el Titanic. (...) No puedo soportarlo". Decía ser presa de una locura inminente: "No concibo cómo podrían ayudarme, tú o cualquier otro, a menos que me envíen dinero que será inevitablemente mal gastado".
El mezcal lo llevó a una suerte de infierno, pasando incluso por tres estancias en la cárcel. Cuenta que en Navidad dejaron salir a todos los presos, menos a él.
Oaxaca, sin embargo, vería de Lowry la conclusión de Bajo el volcán, y otra novela: Oscuro como la tumba donde yace mi amigo, inspirada en el zapoteca Márquez, quien, como el protagonista, un día fue baleado al salir de una cantina.
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Fueron muchos los escritores forasteros que pasaron por Oaxaca durante el Siglo 20, imprimiendo su experiencia en diarios de viaje, novelas, artículos, compilaciones de relatos, cuentos, incluso poemas.
José N. Iturriaga hace un recuento en el libro Viajeros extranjeros en el Estado de Oaxaca; incluso se extiende a la época de la de la conquista, cuando exploraron el territorio personajes como Bernal Díaz del Castillo, Bartolomé de las Casas o Bernardino de Sahagún.
Del 20 destacan, por ejemplo, John Kenneth Turner, quien se hizo pasar por inversionista para documentar, en México Bárbaro, la esclavitud existente en zonas como Valle Nacional, cerca de Tuxtepec, por parte de empresarios tabacaleros. "El esclavista de Valle Nacional ha descubierto que es más barato comprar un esclavo en 45 pesos, hacerlo morir de fatiga y de hambre en siete meses y gastar otros 45 en uno nuevo, que dar al primer esclavo mejor alimentación, no hacerle trabajar tanto y prolongar así su vida y sus horas de trabajo por un periodo más largo".
Cuando Turner escribía esas líneas, la Revolución aún no estallaba.
Iturriaga también menciona a Sergei Eisenstein, quien en 1930 rodaría en el Istmo de Tehuantepec ¡Que viva México; Evelyn Waugh, quien visitó el Estado en 1938, y otro rabioso, Graham Greene, quien en el mismo año que el anterior reconocería su belleza aunque sin disfrutarla realmente, pues durante su paso padecía de disentería. "Ya estaba harto; quería volver a mi patria, no demorarme ni siquiera en la más agradable de las ciudades mexicanas; y Oaxaca era realmente agradable", apuntó en su diario.
Pero el hartazgo llegaría, y a su regreso, por ferrocarril, vía Tehuacán, Greene ya era otro: "Cómo llega uno a odiar esta gente", escribió: "No parece ayudarse nunca entre sí en las cosas más pequeñas; no quitan los paquetes de los asientos, no dejan lugar con las piernas. Se quedan simplemente sentadas. Si España es así, comprendo bien la tentación de hacer una matanza".
Serían las mujeres, dos viajeras, quienes sí se entregarían al reconocimiento de la diferencia, de lo otro.
Se trata de Katherine Anne Porter, quien en los 20 destacaría el imaginario ancestral y el quehacer artesanal del pueblo oaxaqueño, y la chilena Gabriela Mistral, quien escribió en un poema: "En el campo de Mitla, un día / de cigarras, de sol, de marcha, / me doblé a un pozo y vino un indio / a sostenerme sobre el agua, / y mi cabeza, como un fruto, / estaba dentro de sus palmas. / Bebía yo lo que bebía, / que era su cara con mi cara, / y en un relámpago yo supe / carne de Mitla ser mi casta..."
En la segunda mitad del siglo figurarían las visitas de Gordon Wasson, en los 50; Italo Calvino, en los 70, y Pino Cacucci, en los 80.
El primero, escritor etnobotánico, se adentraría en la exploración de los hongos en Huautla de la mano de María Sabina: "Disecar el corpus de una cultura aún viva en la cual los hongos desempeñan su papel tradicional, era una oportunidad que debía ser aprovechada sin pérdida de tiempo", explicó.
El segundo, hospedado en el ex Convento de Santa Catalina, ya entonces un hotel, traduciría su paso por Oaxaca en Bajo el Sol Jaguar. Sobresalen sus apuntes sobre Monte Albán y su pasado sangriento mientras miraba las plataformas en las acontecieron sacrificios humanos: "Al contemplar esos peldaños tratamos de imaginarnos la sangre caliente que brotaba de los pechos lacerados por los cuchillos de piedra de los sacerdotes". Dice que hasta vio a los prisioneros de guerra, las cabezas cortadas de las víctimas.
Cacucci se concentraría en la costa, surgiendo de su experiencia El polvo de México y una novela que años después Gabriele Salvatores llevaría al cine, Puerto Escondido, destino ubicado a tan sólo algunos kilómetros del Puerto Ángel que casi un siglo antes vería arribar a Huxley.
Pobre Huxley.
Lo último que Huxley vio de Oaxaca fue, desde el tren, el paisaje cactáceo de la Mixteca, uno de los más bellos de México, como advierte Iturriaga en su libro, aunque él no supo disfrutarlo. "El vagón eran un horno", escribió: "El paisaje era tan infernal como la temperatura. El tren corría por una hondonada entre enormes sierras resecas y cubiertas, hasta donde alcanzaba la vista, por una rala selva metálica de cactus, sin sombra bajo el sol perpendicular. Pero hay lugares donde es decididamente mejor bajar la cortinilla y leer a Spinoza".
Huxley bajó entonces la cortinilla y leyó a Spinoza. Oaxaca quedaba atrás.
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Texto, antes de edición, publicado en Cafeína, suplemento del Reforma, el 27 de julio.
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