14.6.08

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Me gusta pensar en la gente como árboles, pensar que por algún motivo la gente que muere se sube a los árboles. De los árboles prefiero los que se llaman pirules, que siempre están como chorreándose. Pero me gustan los pirules porque en la hacienda de mis abuelos había más pirules que gente, gallinas y corderos juntos. La verdad que no siempre hubo gallinas y corderos, pero sí un caballo muy flaco que se llamaba Triplillo. También cuatro o tres cerdos, y yo les daba de comer vísceras y pájaros muertos. Claro que me gustaba enfermar a los cerdos, hacerlos vomitar y ellos mirando hacia mí con los ojos muy tristes. Yo no les tengo piedad a los cerdos, porque siempre me viene que son animales oscuros. El caso es que en la hacienda había más pirules que gente y animales juntos, y bajo un pirul fue que enterramos a un tío. La verdad que sí me duele ese pirul porque un día, abandonada la hacienda, lo atravesó por el centro algún rayo, y el tronco quedó abierto como una mordida en donde cabe mi tío con su cuerpo muy flaco, tapándose a veces del frío y del agua. Pero me gusta pensar en la gente como árboles no por eso, sino porque se suben los muertos después de enterrarlos muy cerca, y supongo después que uno aprende a saltar de las ramas y subirse a los pájaros. Lo que duele de ese árbol es que no puede empacarse y llevarse a otra casa. Y un poco por eso le vino ese rayo, nosotros mismos se lo mandamos aunque me vengan y digan que fue un aguacero, una tormenta muy fuerte en la que nadie estuvo..
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Bueno, aquí se me puso a hablar el Tristán de hace siglos a propósito de una visita que hiciera al blog del buen Raúl Ríos

11.6.08

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Escribo porque yo, un día, adolescente, me incliné ante un espejo y no había nadie. ¿Se da cuenta? El vacío..
Rosario Castellanos

4.6.08

Flashback al útero del arrabal

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Jaime López asegura ser el rockero de barrio que siempre ha sido, pendiente de la cultura del arrabal, no por exhibicionista, sino porque así lo dicta su sangre. Incluso no encuentra otro principio, y dice que debió ser concebido mientras sus padres "raspaban" en las pistas de baile.

A sus 54 años, el tamaulipeco retorna a un escenario que le recuerda, entonces, a una especie de útero: el Salón Los Ángeles, donde el sábado presentará Por los arrabales, su más reciente producción discográfica.

"Siempre he tenido la idea que uno vuelve al útero, y en este caso, si mis padres me gestaron 'raspando', pues como buen espermatozoide agradecido vuelvo a los salones de baile", señala el legendario sing-songwriter, calificativo que prefiere emplear en vez de la palabra cantautor, que simplemente no le agrada.

—Y el calificativo "poeta urbano", ¿cómo te resulta?—, le pregunto.

Jaime parece atragantarse con el jugo de zanahoria que, a falta de una cerveza, está tomando: "¿Dijiste poeta urbano? (se ríe). Pues no soy ni un cronista ni un poeta urbano, solamente soy un músico.

"Tal vez lo que haga tenga algunos rasgos de crónica y poesía, lo cual agradecería si es una opinión ajena, pero definitivamente no son mis pretensiones", explica quien antes parió discos como La Primera Calle de la Soledad y Nordaka.

Y es que antes que tornarse en un poeta que pudiera ser fallido, se concentró en convertirse en un compositor logrado, asaltando la cotidianeidad desde una perspectiva sonora.

Aunque es claro que sí existieron influencias literarias, precisa, desde el Conde de Lautréamont o el Arcipreste de Hita, hasta Dylan Thomas o Gabriel Celaya.

Pero dichas lecturas las reinterpretó siempre desde la vagancia, asomado en la postura de quien al mismo tiempo disfruta, por ejemplo, a Los Corraleros del Majagual.

"Esto me lleva a que sí, que he sido muy vago, pero un vago a quien le gusta estudiar formalmente ciertos aspectos de la vagancia", explica el tamaulipeco.

Jaime, también autor de discos como Arando el aire y No más héroes por favor (éste último en colaboración con José Manuel Aguilera), sigue considerando a la urbe y sus barrios como una constante invariable de su oficio.

Lo anterior es patente no sólo en sus canciones, como la sonada "Chilanga Banda" de Café Tacuba, sino incluso en las rutas de su vagancia.

"Cuando llegué al DF (en 1970) yo ya tocaba en auténticas bandas de rock suburbano, en barrios realmente rudos por allá del Panteón Civil, San Lorenzo Tezonco o El Vergel Iztapalapa, hasta llegar a dar a zonas más céntricas como la Agrícola Oriental o el gran barrio de la Portales.

"Pero siendo rockero, muchas de mis vagancias eran tropicales, e iba mucho al extinto Salón Colonia y, en ocasiones, también al Salón Los Ángeles".

Por ello le entusiasma volver a pisar este último escenario, que será testigo del nacimiento no de un disco urbano, sino fronterizo, precisa.

Bajo producción de Carlos Avilez, bajista de La Cuca, Por los arrabales parte del rock, que para Jaime es una especie de esperanto, pero al mismo tiempo navega entre los géneros norteño y tropical, teniendo incluso momentos de country, polka y blues.

"Las fronteras entre géneros, en vez de verlas como división, las veo como zonas de confluencia, y este disco es un ejemplo", resume el líder de Nordaka Banda, integrada también por Avilez, Caeto Quintana, Mario Garibay, Nacho González, Óscar Fuentes y Miguel Ángel López "Sheik".
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Y bueno, yo digo que se descuelguen el sábado al Salón Los Ángeles, que suena bien. / La nota (aunque ésta tiene sus agregados, como siempre) salió en Reforma
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