22.6.12


Juan Almela, o Gerardo Deniz, que es como se bautizó cuando empezó a escribir, buscando que sus conocidos no supieran que era autor de “cosas espantosas”, está a un paso de la ceguera. "Yo, que había existido siempre entre papeles y libros, esto me destruye por completo", me confiesa.
Tiene 77 años y dice sentirse solo, “solísimo”, pues se han terminado los encuentros con la lectura.
“Lo más catastrófico no son las dificultades para caminar y todo eso. Lo más catastrófico es que ya no veo, ni el título de un periódico. Doy el gatazo, como dicen; parece que estoy mirando, pero no veo. La pérdida de la vista fue casi completa hace un año, algo así. Antes, de todos modos, ya empezaba el problema. El origen de todo es diabético, dicen, yo no lo dudo. Tomo unas pastillitas que se llaman Euglucon... Lo estoy esperando ya: lo siguiente tiene que ser una buena amputación de pierna, o algo”.
Pero en Deniz, nacido en Madrid en 1934, considerado un poeta de culto entre los poetas, ermitaño, escondido de los reflectores, enemigo de las dádivas y las celebraciones, no asoma amargura ni tristeza; en su voz hay, sobre todo, ironía y humor negro.
“Puedo pretender escribir a ciegas. Lo hago, pero es a ciegas, pero para eso me hace falta como elemento bastante útil una mesa, y en mi casa no hay una mesa; sí hay, pero están ocupadas por mi mujer y mi hija menor, que son las que me cuidan y se dedican a amargarme la poca vida que me queda”, dice mientras sostiene con ambas manos la empuñadura del bastón, como un Borges. Luego suelta una sonrisa grande. 
—¿Y le leen, don Gerardo?
—Bueno, alguna vez, dentro de las peores caras del mundo, obligo a mi mujer y a mi hija, cruelmente, a chicotazos, a que me lean. Dos páginas, tres.... hasta cinco.
La conversación tiene lugar en la EME, Escuela Mexicana de Escritores, a donde ha acudido para charlar con los alumnos. La idea le encanta, aunque no sabe qué hace allí: “Yo no soy poeta; lo ha dicho mucha gente respetable y yo lo asumo perfectamente, pero tampoco me propuse ser semejante cosa”.
—Tu poesía, ¿emparentada con qué está? —, le pregunta el director de la escuela, Mario González Suárez.
—No sé, cómo voy saber. No sé si está emparentada con algo o fue recogida en los peldaños de una iglesia—, fue la respuesta.
Tildado de hermético y complejo, los críticos a su obra han sido una constante, pero a Deniz le tienen sin cuidado. Él mismo, incluso, se auto inflige a su manera. Un día dijo, por ejemplo, que su poesía era como el Tajo de Nochistongo, en referencia a una obra colonial que servía para el desagüe de la Ciudad de México.
Deniz —apellido que adoptó por su significado en turco, “mar”— es autor de AdredeGatuperioEnroquePicos pardosFosa escépticaCuatronarices, entre otros libros que lo reconocen como uno de los autores más importantes de la poesía mexicana por su tono antisolemne.
Son los poetas quienes lo celebran. El primero que creyó en él fue Octavio Paz.
Tras la publicación en el Fondo de Cultura Económica de Erdera, que compendia, aunque con erratas, lamenta el autor, su obra poética, la Editorial Ficticia alista ahora un título que en unos días llegará a las librerías, Red de agujeritos, que reúne las prosas que publicó durante varios años en la revista Viceversa.
La prosa, y se refiere también a la novela, nunca ha sido lo suyo.
En realidad, lo suyo era la química, y es químico, pero un día encontró gracias a unos versos de Paz que la poesía podría no ser tan “repugnante” como se lo habían hecho ver las tediosas clases de sus profesores de letras españolas y universales durante la secundaria.
Se lanzó entonces al océano sin límites de la literatura, dice, aunque en el acto corrige y reconoce ciertos límites, porque con las novelas nunca pudo. “Dejé a la mitad un montón de cosas porque no podía con aquello; y aún me horripila recordar algunas de las cosas que leí completas, que un libro de Faulkner, que otro de Thomas Mann, que uno de Proust, cosas verdaderamente espantosas”.
Pero qué decir de nombres como Eliot, Perse, Góngora o Dante. En escritores como ésos podía cifrarse la felicidad, dice Deniz; felicidad, si algo queda de eso: “A los tantos años, aquí estoy, esperando que me recoja la Parca, porque ya fue bastante broma”, diría más tarde.
Con Red de agujeritos vuelve a publicar prosa después de un libro que se llamó Paños menores
Todo crédito se lo otorga a su amigo y colega Fernando Fernández, a quien además ha nombrado depositario de todos los papeles que deje cuando muera. “Hay muchísimo que rescatar por aquí y por allá, pero esperemos que Fernando se canse y pase todo directamente al olvido, donde ya está”.
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La foto es de Fernando Fernández, tomada de su blog, Siglo en la Brisa. El texto, aquí antes de edición, se publica hoy en Reforma.

11.6.12

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"... Úrsula, ya casi ciega, fue la única que tuvo serenidad para identificar la naturaleza de aquel viento irreparable, y dejó las sábanas a merced de la luz, viendo a Remedios, la bella, que le decía adiós con la mano, entre el deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con ella, que abandonaban con ella el aire de los escarabajos y las dalias, y pasaban con ella a través del aire donde terminaban las cuatro de la tarde, y se perdieron con ella para siempre en los altos aires donde no podían alcanzarla ni los más altos pájaros de la memoria". / La memoria de Gabriel García Márquez se desprende, precisamente, como esa tarde. Y habrá que decirle adiós con las dos manos.
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