12.6.13

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No recuerdo el camino por el que se sube a la Acrópolis. O no recuerdo al menos el camino por el que subí. Me acuerdo del perro que me salió por una esquina y subió conmigo hasta que en una de ésas volteé y ya no había perro. Me acuerdo del perro porque pensaba en el perro mientras subía. Luego una chica de ojos amarillos se me acercó para venderme textiles. Tenía el rostro de Antinoo pero era una chica. Yo sólo pensaba en Adriano para entonces. El Adriano de Yourcenar. Y esa chica pudo ser el alma encabalgada del esclavo griego que fue Antinoo de Adriano. Su Antinoo. El nombre de Antinoo no tiene la belleza que sí tenía Antinoo, y creo que en eso pensaba además del perro. O lo pienso ahora que no recuerdo el camino por el que se sube a la Acrópolis. Ni si había más personas o estaba solo con el perro en la cabeza y el recuerdo de Antinoo cuando miré las cariátides y me olvidé de todo. Hubiera deseado que el cielo gris se cerrara por completo de nubarrones para circunscribir todo a su imagen y atravesar los espacios como quien se devuelve, abstraído, a su sitio. De alguna manera su sitio. Un vientre. Una matriz. La vagina blanca y pétrea de Atenea, nunca atravesada por un miembro. Atenea, aunque no tanto como Artemisa, siempre fue de mis favoritas. Me recordé en el cole pegando sobre el cuaderno sus monografías. En una de ellas se le mostraba nacida de la frente de Zeus. Descansaba sobre una lanza y, a su pies, una serpiente. Se dice que la serpiente es Erictonio, su hijo adoptivo, porque su vagina, ya lo dije, nunca conoció verga y me sigue sorprendiendo. Según el mito, Hefesto intentó violarla un día, pero el semen resbaló por los muslos de Atenea para después fecundar la tierra, a Gea. Erictonio nacería con cuerpo de serpiente y Atenea lo adoptó. Llegaría incluso a convertirse en el primer rey semi-mítico de Atenas. La Atenas que ya no había. ¿Dónde estaba yo en el año 338, cuando Filipo II de Macedonia venció a atenienses y tébanos dando fin a la antigua civilización griega? La pregunta se la hace en realidad Nooteboom a Poseidón en un libro que estoy leyendo y que yo tomo para hacérmela ahora. ¿Dónde estaba? El punto es que el cielo estaba más o menos abierto y no me pareció la Acrópolis una vagina entre nubes grises cargadas, como carnes. No recuerdo tampoco el camino por el que bajé y nunca he de recordarlo. No había perro ni los ojos amarillos de la chica que era Antinoo cuando bajé del sitio, o no creo. No recuerdo incluso la foto ésa que alguien me tomó antes del regreso. De fondo, la Acrópolis. Mi sonrisa idiota. Volví a mí, me parece, en el barrio de Plaka, en medio de algunas tiendas. Me parecieron burdas las postales que reproducían las cariátides del templo que Atenea compartía con Poseidón y Erictonio, el Erecteón. Allá el viento, bajo el cielo grisáceo, sí las tocaba.

5.6.13

Cartas a Poseidón


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Sándor Márai acompaña a Cees Nooteboom cuando decide escribirle a Poseidón una serie de cartas sobre la vida, sus viajes y otras cosas que ha visto y se ha preguntado. Lo decide mientras lee a Márai, quien se había suicidado dos décadas atrás a los 89 años cuando de todas formas parecía ya estar todo acabado.

Nooteboom está cerca de cumplir 80 años y ahora quiere hablar de su propia vida. Encuentra al interlocutor por una señal, porque siempre se ha entregado a las señales: la servilleta del restaurante donde está sentado, en Múnich, muestra un sello del Dios de los océanos y el tridente en la mano. Las cartas habrán de ser entonces como mensajes en botellas lanzadas al mar.

La pregunta parece molestar un poco a Nooteboom cuando se toca el tema de Márai, a propósito de la reciente publicación, en Siruela, de Cartas a Poseidón: “A esa edad, ¿no era mejor sentarse a esperar?”

“¿Esperar qué?”, me responde: “Deberías de leer sus últimos diarios para comprenderlo mejor. Vivió el exilio en San Diego, lejos de su País y su idioma, su esposa y compañera de muchos años había muerto, no podía saber de su fama mundial póstuma, había escrito muchos libros y probablemente pensó que era suficiente. Era su vida, no la tuya o la mía”.

El húngaro Márai, de todas formas, no es el tema. Nooteboom habla de sí mismo en Cartas a Poseidón. La esencia del volumen son las reflexiones alrededor de la mortalidad frente a la inmortalidad, y desde un mortal, Nooteboom, ante un inmortal, Poseidón.

Pero ¿por qué Poseidón de los mares y no otro entre los cientos de dioses?

"Se podría decir, por supuesto, que yo vivo en Holanda, un País por debajo del nivel del mar, lo cual es un hecho de la vida, y también que en el verano siempre paso varios meses en una isla del Mediterráneo, Menorca, rodeado por un mar que fue una eterna inspiración para el arte clásico. Y eso es todo lo que cuenta", advierte.

Pero de joven fue también marinero. Tenía 20 años. Y en su formación asoma el mundo clásico.

"Tuve una educación que incluyó el estudio del griego y el latín. Leímos a Homero y a Ovidio. Yo estaba fascinado por Homero y la persecución furiosa de Poseidón a Ulises, que había cegado a su hijo Polifemo. La Odisea es también una historia de venganza, y yo estaba del lado de Odiseo, quien es uno de mis héroes".

"¿Qué pensáis de nosotros?", le pregunta en el libro constantemente a Poseidón. Nooteeboom se adelanta y piensa que lo que signa a la especie es precisamente el heroísmo: "Creo que todos somos héroes para sobrevivir en este mundo. Hay un pasaje en mi libro El día de todas las almas, donde uno de los protagonistas dice que al final de nuestra vida todos debemos ser condecorados".

—¿Le gusta lo que lee en los diarios?

—Yo los leo todos los días. He pasado los últimos dos meses leyendo diarios de Colombia, Uruguay, Argentina y Chile. Sé ahora mucho más de Capriles y Maduro, de Kirchner y sus dudosas reformas jurídicas, de Santos y las FARC. Sería infeliz sin los diarios, a pesar de que me dejen a menudo triste y confundido.

—Y lo que ve cada mañana cuando se para frente al espejo, ¿le gusta?

—Eso depende de la noche anterior, el clima y otras circunstancias…

No lo dice, pero Nooteboom, quien se encuentra en México para presentar este jueves junto a Juan Villoro Cartas a Poseidón, parece gustarse a sí mismo. Se acerca a los 80 y se siente bien, completo. Sigue incluso viajando. Hace poco estuvo en el desierto de Atacama, Bogotá, Buenos Aires. Es un experto viajero cuyas crónicas de viaje lo han ubicado como uno de los autores más importantes del género.

“He estado viajando desde hace más de 60 años por los cinco continentes. Mis editores holandeses y alemanes recogerán mis viajes en nueve volúmenes, la mayoría de ellos aún no traducidos al español. Sé que soy un ser humano, y eso significa que soy mortal, así que en algún lugar habrá una parada, pero no he decidido cuándo”.

Además, su obra narrativa, ensayos y poesía lo ha llevado, desde hace años, a ser considerado para el Nobel de Literatura de manera insistente.

La pregunta número 11 que le hago tiene que ver, precisamente, con el Nobel. ¿Le llegará algún día? Él sólo responde: “11 es un buen número para esta pregunta”. Y no dice más.

Habría que considerar que Nooteboom, cuyo nombre de pila es Cornelis Johannes Jacobus Maria, tuvo una formación católica y que el 11 es un número maldito dentro del cristianismo. O que en los estudios de numerología es todo lo contrario: el número maestro, el de la iluminación. Bajo su influencia, dicen, se obtienen éxitos y revelaciones. Pero él no dice nada de esto. Su respuesta se queda en el aire.
*Texto antes de edición publicado en Reforma.
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