15.6.11

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Si un escritor decide cambiarse el nombre, es por tres razones. Uno, porque quiere lavar el suyo, quizá manchado por un primer libro, lleno de textos o poemitas juveniles por los que ahora no daría tres pesos. Dos, porque busca algo más alegórico, ad hoc a su voz o a sus tiempos, más de “vanguardia”, que le dicen. Y tres, pues porque vino al mundo con uno fatal, por ejemplo, Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto.
El caso de Neftalí Reyes, luego Pablo Neruda, debió deberse a alguna de las dos últimas razones, pero digamos que un "comunista sensato" como él no caería en la frivolidad de negar su nombre de pila y que fue por algo más simbólico.
De hecho, se cree que fue por algo más simbólico y él dejó correr la creencia. Y es que no negó en ningún momento lo que el mundo piensa: que adoptó el Pablo Neruda en honor al escritor checo Jan Neruda, un burgués escribiendo para burgueses, por cierto. ¿Pero el Pablo?
Hace algún tiempo me topé con una investigación del también chileno Enrique Robertson, titulada El enigma inaugural, que devela una historia interesante, o sólo curiosa, sobre aquel nombre.
Señala que el apellido surge de Wilma Neruda, o Wilme Norman-Neruda, violinista austriaca mencionada en Estudio en escarlata de Sir Arthur Conan Doyle, autor del que el poeta, dice, era un gran admirador. Pero lo era también de la música de concierto, apunta, y eso lo ligaba a la violinista, considerada como una de las mejores de la segunda mitad del Siglo XIX.
El nombre de Pablo, por su parte, habría de originarse de La liga de los petirrojos, en donde Sherlock Holmes hace referencia al compositor Pablo de Sarasate, quien en 1878 habría de dedicar una partitura a la austriaca. Hacia 1920, en Chile, esa partitura, dice Robertson, debió llegar a manos de un joven Neftalí Reyes, surgiendo entonces el nacimiento del poeta.
Wilma Neruda y Pablo de Sarasate
Sea cual sea la verdadera historia, vale la pena asomarse en el estudio de Robertson, disponible aquí. Más ameno, sobre todo, que este aburrido compreso.

13.6.11

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Me parece fantástico el hecho de sostenernos en huesos. Miren qué chulo bailamos y andamos de puntitas; lo bien que nos sale retorcemos y menear las caderas y las manos. No me fío, en realidad, de los seres invertebrados.
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Fui a la Cineteca a ver una película surcoreana que casi me duerme: Ha ha ha, de Hong Sang-soo. Cuando estaba a punto de sugerirle a Jonathan que mejor viéramos Copia fiel, de Kiarostami, se le adelantó velozmente a mis intenciones. La había visto ya por su parte y le pareció tediosa. Y a mí que casi me había provocado un orgasmo cuando me llevó a verla Guillermo Eduardo. Entonces ya ni siquiera se lo propuse y vimos la otra que encajaba con el horario, Ha ha ha, que resultó cualquier cosa.
Durante la función, aunque quise reprimirme, no pude no pensar en la idea estúpida que siempre me cargo con respecto a salir por primera vez con alguien e ir al cine.
Pienso que el cine, quiero decir que esa primera película, marca una especie de precedente en las relaciones. Es sencillamente la historia que dos desconocidos se sientan a ver juntos y comparten. Digamos que, cuando la pantalla se va a negros y corre la cortina de créditos, eso que concluye y que se apaga es lo único que los hace mutuos, lo único que ambos conocen a fondo y que les une, porque para este momento ninguno de los dos conoce al otro propiamente.
La película, entonces, muchas veces programada en la cartelera que uno tiene de frente por esa cosa que llaman destino, los ubicará en el tiempo y el espacio, incluso, cada quien por su lado o juntos, hasta que les viene la senectud o la muerte.
Dirán que suena cursi, pero este último punto es totalmente cierto, sobre todo, si aquella historia que dos desconocidos comparten resulta trascendente.
Uno puede, y se recomienda, no tomarse al pie de la letra todo este asunto y de cualquier forma entregarse, pero les digo que por más que quise reprimirme me vino durante la función la idea estúpida que siempre me cargo y ya siento que me estorba Ha ha ha, que nos dejó ahuevados a los dos en el mero arranque de algo que en realidad ni sé que sea. Quizá debimos movernos a otro sitio y ver la 2 de Kung Fu Panda, como Jonathan proponía, pero no importa.
Yo sólo vine a decirles que no vean Ha ha ha y a recomendarles mejor Copia fiel, o Copie conforme, de Abbas Kiarostami, donde Juliette Binoche, aunque vieja, se ve hermosa, y William Shimell, ese terco… dan ganas de ahorcarlo.
Él es un escritor inglés que llega a la Toscana a promocionar su último libro, Copie conforme, un estudio intrincado sobre la delgada línea que separa a las obras de arte originales con sus falsos, tema que asomará a lo largo de la cinta cuando el tipo se entrevista con Ella, o sea Binoche, una galerista con la que recordará una historia mutua de amor que pareciera basada en supuestos o realidades, no se sabe.
Kiarostami nos los presenta como dos desconocidos que coinciden en la Toscana, y lo que no era se va convirtiendo en la historia de un reencuentro. O en la historia de dos solos que se entregan de una forma extraordinaria a la simulación, que se convierten en copias fieles, precisamente, en dos falsos que se montan en una historia de amor que iba pasando.
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9.6.11

Un artista informal

Guillermo Eduardo Martínez amaneció el sábado con la garganta destrozada. El jueves antes habíamos ido al Marrakech, que cumplía tres años, y la fiesta estuvo fuerte. Hasta nos tomamos unas fotos groupies con Bruce LaBruce, quien rondaba por el antro de enfrente, La Purísima; nunca entendí si ligando locas o haciendo casting. El caso es que la fiesta estuvo fuerte y la mañana del viernes tuvo que dar muy temprano una serie de charlas, o algo así, que acabaron por destrozarle la garganta.
Cuando entré a su depa, sobre la calle de Segovia, en la Colonia Álamos, apenas si se le escuchaba y tenía que lanzarse un speech porque estaba por presentarnos una expo fotográfica que había montado en su recámara. En su recámara, a falta de espacios. Quiero decir que a falta de apertura en los muy diversos espacios que ya existen, pero siempre entre amiguismos, sin voltear a artistas anti-modas, sin “corrientes”, con perfiles no específicos, como Guillermo Eduardo, poeta y fotógrafo que huye de toda etiqueta que lo acerque a eso que llaman un “artista formal”.
Y es que no se trata de un “artista formal”. La inauguración de su expo la protagonizó cubierto con un casco de Darth Vader, que lo tiene últimamente alucinado, y unas orejas de conejo encima que ya había usado en otras ocasiones, sobre todo en recitales de poesía o performances involuntarios. Porque Guillermo Eduardo es también un artista del performance involuntario. El sábado, por ejemplo, ya entrados en vodkas, nos hizo el “Sylvia Plath”, consistente en introducir su cabeza dentro del horno, poco antes de hacer las empanadas, mientras todos reíamos como estúpidos.
Volviendo a cosas que suenan más serias, habrá que explicar que su proyecto expositivo busca crear un espacio de exhibición limitado, en un principio, a un público cercano y activo, como él mismo explica, pero abierta su promoción, sobre todo, a través de las redes sociales, Facebook o Twitter, principalmente.
Me contó de este asunto hace un par de meses y me contagió. Y ahora que lo encontraba con la garganta destrozada le dije “Mano, qué pinche suerte”.
Claro que una garganta hecha mierda no iba a para el acto de proponer como campo, digamos, de la “sub-escena artística”, una recámara, instalando en ella una muestra que presentó a una veintena de asistentes sujetando un megáfono frente a su rostro de Darth Vader : Abstracción en el caos, serie fotográfica que nos devela la belleza, a veces alucinante, otras paródica, irracional, de las cosas simples; los objetos que uno arroja en la azotea, por ejemplo, o las formas que dibujan las maderas al ensamblarse en algo como puertas o paredes hechizas. O sea que el arte, como la poesía, parece reiterarnos, puede estar en cualquier sitio si es que alguien se detiene a observarlo.
La experiencia de visitar la recámara de un tipo como Guillermo Eduardo, que, de entrada, puede parecer zafado, igual que de salida, puede tenerla en realidad cualquiera. Su depa de Segovia estará abierto a visitas los siguientes dos sábados, 11 y 18 de junio, entre las 12 del día y las 6 de la tarde. Más vale, si se animan, que antes le echen un grito en su cuenta de Twitter, @guillermoeduard, no vaya a ser que lo agarren desnudo y con alguien. O desnudo y con casco de Darth Vader en la cabeza, y con alguien.
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