26.6.16

"No mames, ¡somos tantos!"

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Ninel Conde canta El bombón asesino cuando hacia las 6:30 de la tarde el aguacero se suelta, en medio de gritos, sobre la Plancha del Zócalo... "Me dicen bombón insaciable, que soy un bombón masticable. ¡Me dice bombón!"

Y la fiesta que prometía la Marcha del Orgullo LGBTTIQ frente al Palacio Nacional, después de haber recorrido festivamente Reforma, revienta. Y ya ni pensar en Alejandra Guzmán, la próxima en hacerse del escenario. Hay que correr.

La gente se dispara hacia los alrededores, como si alguien hubiera alebrestado un hormiguero, y se guarecen en los portales, los cafés, los restaurantes. Son parejas que huyen de la mano, chicos en tacones, adolescentes descamisados, dragas espectaculares, familias enteras con las carriolas por delante. Un Robin detiene su carrera para ayudar a levantarse a un Capitán América que ha resbalado. Su Capitán América. Tienen cosa de 20 años y ahora corren abrazados, soltando carcajadas.

Pero Ninel Conde no se detiene, porque un grupo nutrido, bajo la tormenta, porque esto ya es una tormenta, aún baila en la plancha.

El día no pintaba para este escenario gris. Incluso la tarde, a todo color, estaba soleada.

Son las 12 del día cuando una familia sale de un Burger King de por la Alameda. Tanto los padres como los dos hijos portan coronas arco iris de cartón. La tarde ya sabe a marcha y ya sabe a orgullo. A #Pride. El hashtag ha comenzado a invadir las redes sociales desde en la mañana. No es un hashtag vacío: lo acompañan consignas: la igualdad de derechos, un no a la intolerancia, nunca más un Orlando. Y en la calle, en varias pancartas, una urgencia al Senado para aprobar a nivel nacional el matrimonio igualitario.

Y se siente algo distinto. Entre los contingentes, que hacía la 1 de la tarde ya han comenzado a partir de la Diana, es posible ver grupos que antes no marchaban: American Express, Banamex, Scotia Bank. Empleados orgullosos de su firma; firmas orgullosas de sus empleados. Y más atrás los carros de los antros y los centros de encuentros, desde el Botas hasta el Sodome, este último tocado por los tíos más esculturales. Y hasta asociaciones cristianas que recuerdan: "Dios nos ama". Incluso hay un contingente de familias homoparentales; su corazón es un trenecito donde viajan, divertidos, los peques, y hay también un grupo de charros: "Esos sí son hombres", dirá una chica trans que les arroja besos.

Desde el turibús en el que marcha la producción del musical Mentiras, el horizonte arco iris parece interminable. Si se mira hacia atrás, el mar multicolor se traga al Ángel, y hacia adelante al Cuauhtémoc, que de pronto parece flotar entre la concurrencia. "No mames, somos tantos", dice un chico, y lo reafirma: "Qué emoción, ¡somos tantos!". Más de 200 mil personas, según cálculos oficiales. "Si abres el Hornet, esto revienta", asegurará alguien, pero no revienta porque, de tantos, apenas si hay señal en los celulares.

Y entre tantos hay de todo, desde activistas hasta gente del espectáculo, políticos e intelectuales. Allá va, a la cabeza, como poniendo el ejemplo, Roberta Jacobson, la nueva Embajadora de Estados Unidos, y más atrás Sabina Berman, dramaturga, y en un trailer blanco, que debió ser rosa, Lola La Trailera. "¡Te amo, Rosa Gloria!", le gritan. Y la Chagoyan, la Guerrera Vengadora, espléndida, responde con sonrisas y sacude la melena. Y un poco más atrás, sobre el camión del Cactus Bar, entre globos multicolores, la Supermana, dueña de cientos de clicks que le tiran los congregados desde las pantallas de sus celulares, mientras ella saluda con las dos manos, más como una diva, como una miss, que como una heroína.

"Y mira qué lindos aquéllos. Se ven tan bonitos juntos. Te juro que hasta la proteína comparten", bromea alguien sobre dos barbones en tank tops que se abrazan, con sus brazos monumentales, mientras miran pasar la alegría.

Suena Maluma. Suena Selena. Suena Kabah. Suena RBD. Suena de todo. Suena Taylor Swift y suena Rihanna. Suena una tarde colorida y grandiosa, porque además hay cerveza. Y hay Karat, que alguien sirve de una mochila en vasos multicolores, bajo una lluvia de papelitos metálicos y condones. Hasta llueven bolsas de Doritos gays. "¿A qué saben esas madres?".

Mientras tanto, todo fluye. "¿A dónde nos la seguimos?". "¿A qué fiesta jalamos?". "Promete una party en Alfonso Caso e Insurgentes, en un salón sindical, o algo así, donde va a tocar la María Daniela". "Pero mejor algo circuitero". "O mejor la Puri". "O vamos al Kinky". "O al Dirty". "¿Y cuál es el Dirty?". "Pues es el que era el Lolli Pop...". Y las discusiones se dan sobre marcha, porque la marcha aún no termina, parece, ya se dijo, interminable. Pero son las 6 de la tarde y ya hay gente en los antros. De Zona Rosa hasta el Centro, desde La Botica hasta el Marra. "Ya desde orita se puso re bueno el Marra", comenta uno que le comentó un amigo por WhatsApp. Y en el Zócalo apenas inicia la fiesta, una fiesta que aún no revienta el aguacero, un aguacero, ¡qué bueno!, que no será eterno.

Son las 7 con 30 de la noche cuando el cielo vuelve a abrirse, cuando las parejas vuelven a la plancha, los chicos en tacones, los adolescentes descamisados, las dragas espectaculares, las familias enteras, y allí está ya la Guzmán. Aunque ya no se ven carriolas.

La noche del orgullo tenía aún horas por delante.

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*Mi crónica de la marcha. CR Reforma.

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