4.9.10

Cursi

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No siempre el que busca encuentra, así que prefiero llevarme la vida sin buscar, aunque siempre con un taladro en la sien que me urja de algún modo a un hallazgo, enorme o chiquitito, cualquier cosa a la cual imprimirle significados.
Quizá de allí venga la necesidad que de pronto me lleva a internarme en las librerías de viejo, como un nerd completo y de otra época.
En una de ésas andaba hace justamente 10 años, cuando, dentro de un local sobre Hidalgo, en Coyoacán, cayó en mis manos un hallazgo de esos chicos: un ejemplar de Ciau Masino, de Cesare Pavese, publicado por Alianza, 1971, en la traducción de Ángel Sánchez-Gijón Martínez.
En realidad se trataba de una edición ordinaria, cualquier cosa.
De Pavese había leído El diablo sobre las colinas, y aunque no me entusiasmó demasiado mostré interés en Ciau Masino por el tema.
Uno de los dos relatos que lo integran lo protagonizaba un joven periodista de Turín, Masino, quien, agobiado por el mundo que le rodeaba, logró de pronto una corresponsalía en el extranjero… Eso habré leído en la contraportada y encontré correspondencia con el Oscar que era entonces.
Como sea, se trataba de un momento intrascendente, estarán de acuerdo.
Pero en una de ésas desemboqué en la página 174 y di entonces con el verdadero hallazgo. Cursi, sí, aunque no tan chico.
Se trataba de un trébol de cuatro hojas, frágil de tan muerto. Y yo de frente no había tenido nunca un ejemplar de ésos, que por cierto ahora venden en 10 pesos genéticamente modificados en cualquier puesto de tianguis que no tiene mejor cosa que vender.
El asunto aquí es que me pareció que era la suerte, así que tomé el libro, lo pagué y salí con prisa, corriendo casi, de la librería de viejo, como si en cualquier momento el encargado fuera a detenerme y decir “Oiga, se está llevando un trébol”, o peor aún, “No pagó el trébol”, y entonces escupirle a mi momento.
No me gusta andar por la vida con bandera de cursi, pero desde entonces, rían si quieren, decidí catalogar ese hallazgo como algo importante.
Ciau Masino con su trébol ocupó 10 años un lugar especial en el librero de mi cuarto, hasta hace unos 5 meses, cuando cerré una relación que había sido un gran hallazgo, éste sí, pero que poco a poco se me estaba yendo, y que no cerraba en su momento porque creía todavía presente esa cosa del amor. Lo cierto es que habíamos llegado al punto en el que uno, el que quiere más, le había tomado una ventaja inalcanzable al otro, el que quiere menos.
En fin que nos despedidos y esas cosas, pero yo le di el trébol.
Imagínense ustedes. Le di el trébol.
Y se lo di en la mano y lo guardó. Incluso lloramos un poco y Pavese a un lado.
Cuatro meses después, por allí de mediados de julio, tomé el libro con la intención de escribir esta historia, que pensé que ya estaba concluida... Ahora pienso lo que ya se dice: que las historias se abandonan, no concluyen.
Y es que apenas hojeé el libro y hallé el trébol.
Puta madre, el pinche trébol.
Me saltó primero el corazón del susto y sentí luego a mis espaldas un derrumbe, un poco rabia, un algo triste; un edificio en el momento justo de su demolición.
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