22.9.07

T R 3 S

G O I C O L E A S
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Morning Sleep . I'll Show You Yours If You Show Me Mine . Spit Or Swallow

21.9.07

HE AQUí UN HOMBRE QUE NO ESTUDIó Ni EL KíNDER

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Roberto Ramos prescinde de su nombre, y en su lugar existe El Tigre Famélico, un ser de antología que tiene por oficio ser librero, pero andante, asiduo de las librerías de viejo y los cajones de ropavejeros en busca de "joyitas" requeridas por sus clientes, casi siempre poetas cercanos a sus propios círculos literarios.

"Mi actividad pudiera ser análoga a la de un doctor", cuenta con voz férrea tras sus largos y oscuros mostachos.

"Muchas veces ya sabes dónde están las dolencias bibliográficas (de la clientela), y en algunos casos hasta me puedo permitir prescribir una receta, según el malestar del lector".

Si está abatido, explica, le recomienda unas dosis de Jorge Ibargüengoitia o, si anda apasionado, probablemente medique algún poemario de Jaime Sabines; El arte de amar, de Ovidio o, incluso, Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita.

Confiesa El Tigre que su actividad se inspira en Joseph Cartaphilus, de Esmirna, ése que en el junio londinense de 1929 le ofreció a la princesa de Lucinge los seis volúmenes en cuarto menor de la Ilíada de Pope, según narra Jorge Luis Borges en El inmortal.

Los libros son pequeños gajos de la eternidad, refiere, y él consigue, a bajo costo, novedades, volúmenes antiguos, colecciones independientes y —a presumir de amigos como la poeta María Luisa Rubio— hasta títulos que aún se estén escribiendo.

Nacido en 1964 en la Colonia Álamos, cuando aún era posible "torear coches", este hijo de sastre que asegura no haber estudiado ni el kínder, es también un "escultor de la memoria", un "confabulador" que exhuma los textos de los libros para echarlos andar en vivo, según dice.

Esto quiere decir que es una especie de juglar que se presenta periódicamente y desde 1996 en cafés y librerías para declamar poemas como Muerte sin fin, de José Gorostiza, u obras "catedrales" de Alfonso Reyes o Gabriel García Márquez.

Su apego por memorizar literatura y desplegarla ante un público, explica, obedece al placer. "(Mi memoria) no es producto de una nemotecnia, no es una técnica para sujetar cosas, sino un simple gozo eufónico por las palabras".

Hoy la gente memoriza poco, se alarma El Tigre, y el rigor de la palabra pareciera, cada vez, cobrar menos importancia. Incluso observa un retroceso hacia la onomatopeya paleolítica.

"Yo lo veo en el metro, por ejemplo. Bastaría con pedir permiso para salir ordenadamente del vagón, pero no, la gente se predispone a tomar posiciones de futbol americano, chocar e impactar, antes de preguntar si el de enfrente se va a bajar o pedir permiso.

"Pero hay gente que sí usa la palabra", recuerda, "y fíjate que entonces se hace el milagro de la apertura del Mar Rojo y las multitudes se abren".

Más importante que el fuego fue el descubrimiento de la palabra, cuya primer mención tuvo el poder de enderezar la columna vertebral del ser humano, asegura quien frecuenta talleres de escritores como Ignacio Solares, Raquel Olvera y Jaime Augusto Shelley.

"Habría que recurrir a los científicos para apoyar esta tesis, pero estoy seguro que fue en ese momento cuando el hombre abandona su condición cuadrúpeda y se verticaliza", sostiene mientras endereza el cuerpo de su posición de asiento.

Esa verticalización, por ejemplo, es constante en la lectura de autores "artísticamente estructurados", como Octavio Paz o William Faulkner.

"Cuando uno los lee, el pensamiento del lector se endereza; es como si te pusieras un chaleco ortopédico (...) Por eso agrada la lectura, porque es como entrar en un palacio, en una catedral bellísima y ver esas bóvedas y esas columnas que enaltecen el espíritu".

El Tigre, quien puede ser contactado en tigrefamelico@yahoo.com.mx, ha pasado por diversas facetas antes de "esculpir" la memoria y ser librero.

Trabajó en Imevisión sacando copias, por ejemplo, fue redactor de una revista de atletismo y a los 23 años fue centinela nocturno en el Hospital General, después del terremoto del 85.

Hoy puede encontrársele cada domingo en la librería El Hallazgo, de la Condesa, haciéndola de juglar y "confabulador nocturno". Pero su arte es de toda ocasión, asegura, pues si "algún parroquiano" le solicitare su recitación en algún bar o café, está dispuesto a "soltarse".
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Publicada en Reforma 11/09/07 (versión antes de edición)

15.9.07

30 SiN LA CALLAS

El 23 de mayo de 1950, la Ópera Nacional (ONAC) abrió su temporada con un programa prometedor: Norma, de Vincenzo Bellini, que incluía la actuación de Kurt Baum, primer tenor de la Metropolitan Opera House de Nueva York; Giulietta Simionato, primera mezzosoprano de la Scala de Milán, y una griega de nombre Maria Meneghini Callas.

Manuel Yrízar, crítico operístico y cronista, tenía entonces dos años. "Mis padres se fueron a la función y me 'abandonaron' en la cuna", recuerda divertido.

Y es que la griega, que después redujo su nombre a María Callas, había generado grandes expectativas en la audiencia entendida, y empresarios, artistas y políticos se volcaron al Palacio de Bellas Artes en atención a una campaña publicitaria impulsada por Carlos Díaz Du-Pond, quien la presentaba como "la soprano del siglo".

"Callas, efectivamente, no era muy conocida, pero su nombre ya comenzaba a barajarse entre algunos aficionados", refiere el escritor Ernesto de la Peña, quien tenía cerca de 20 años cuando acudió al debut mexicano de la soprano, fallecida en París hace tres décadas.

"ONAC suplica a sus socios asistan en traje de noche", se anunció en los diarios, y el espectador así lo hizo: los caballeros acudieron de frac y las mujeres con sedas y tules, abrigos de mink y accesorios en oro y perlas, según cuentan las crónicas sociales del momento.

"Aquella era una época muy bonita, en la que todo el mundo respetaba el ir a la ópera", recuerda De la Peña. "Yo asistía siempre de frac y las mujeres de largo, cuando se iba al primer piso".

Pero aquella Norma, que destacó por el esplendor aristocrático de la audiencia, resultó "aburrida" y, en momentos, "desagradable", escribió Félix Herce en su Crónica musical (04/06/1950) de la Revista de Revistas.

Posee la citada señora Callas una escuela espléndida —escribió el crítico—, una prestancia maravillosa, pero su voz de agudos magníficos no es nada agradable en algunos momentos (...) No logró convencer ni entusiasmar más que en algunos sectores de las últimas filas.

Pero Herce se retractaría una semana después, cuando el 30 de mayo asistió a la función de Aída, de Giuseppe Verdi, donde calificó a la soprano de "extraordinaria", capaz de soltar notas que la colocaban "en el mismo cielo".

Pocas veces escuché una Aída como la de María Callas, y a mí, que no me gustó en la noche de su presentación, esta actuación triunfal me llegó al alma, refirió de la soprano que entre 1950 y 1952 presentó una treintena de funciones en el Palacio de Bellas Artes.

José Carlos González, coreógrafo y crítico de arte, recuerda que muchos cronistas de la época mostraron una actitud "anti-Callas".

"María tuvo retractores, pero conforme progresaron sus presentaciones, los críticos se fueron dando cuenta de que María no era sólo una soprano a coloratura dramática, sino que era la soprano absolutísima de todos los tiempos", refirió de la diva a cuyas presentaciones asistieron personalidades como la actriz Dolores del Río, el presidente Miguel Alemán y la escritora Vicki Baum, quien presenció Aída ataviada de negro y con un largo satoir de perlas.

Fue precisamente con una Aída de Callas que Sergio Pitol, de 18 años, se estrenó como espectador de ópera.

"Yo había visto a la Callas por televisión. Un día mis tías me sentaron con ellas y la vimos juntos. Me interesó mucho y quise asistir", recuerda el escritor. "Aquello fue impresionante, fueron aplausos tras aplausos para la diva".

Y no era para menos, asegura González, pues aquel 3 de agosto del 51 la soprano griega —que compartió escenario con el italiano Mario del Mónaco y la mexicana Oralia Domínguez— lanzó el mejor Mi Bemol de su carrera, superando a coros y orquesta.

Aquella fue una presentación apoteósica, cabecearon los diarios.

Vimos a señores serios levantarse del asiento (...) Vimos en los palcos y en las plateas a gente que se desprendía de sus sillas, por aplaudir, escribió Ana Salado en las páginas sociales del Excélsior.

"Los aplausos no sólo duraron mucho, sino que eran legítimos; eran el desfogue natural de un entusiasmo provocado por una gran artista, y eso caracterizaba al público de México, que era verdaderamente culto y sabía cuándo aplaudir, cosa que no sucedía ni en el viejo Met", recuerda González.

Callas, fallecida el 16 de septiembre de 1977, fue parte indiscutible de la época dorada de la ópera nacional, subraya Yrízar, quien asegura haber escuchado, desde la cuna, la transmisión radiofónica de aquella Norma de 1950.

"Da hasta tristeza saber que aquí vino la Callas y Giuseppe Di Stéfano, por ejemplo, y que ahora de aquello ya no hay nada (...) Estamos en ayuno, desgraciadamente, y los operófilos tristes, sumamente decepcionados por la administración mexicana de la ópera actual"..

Reforma (15/09/07)

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Y bueno, el caso es que las borracheras patrias siempre suelen opacar los aniversarios luctuosos de la Callas, y por eso es. Ora rolen los tequilas y

¡Qué Viva México cabrones!

9.9.07

El CUERVO

:
Diga la piedra
su función de estorbo.
Diga el mundo de la piedra, incluso,
si le estorbo.
La mugre diga y se defienda
y que hable el cuervo.
Que demuestre el cáncer
su derecho.

Proceder entonces contra el viento.
Con todo y contra todo
ante el silencio:

Emprender la tortura al cocodrilo,
que nos toma el pelo
con su llanto.
Castigar la invasión de las hormigas,
la intromisión de la mosca en nuestra sopa,
la desnudez del agua,
el exhibicionismo
de la savia,
la presencia del grito en la garganta.

Con todo y contra todo
ante el silencio.

( …Suena, este silencio )

Retráctense las cosas, entonces,
para que hablen.

II

Silencio todo,

( Pende un coma general )

,
nos habla el cuervo.

Acaba de graznar que el tiempo
nos sacó los ojos.
.
*
De El árbol interregno
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