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Lo recuerdo, cerrados los ojos, como si la barrera de su ceguera ─que lo aislaba de toda distracción─ no fuera suficiente. Necesitaba entonces apretar los párpados, que ni siquiera el pensamiento de tener los ojos abiertos pudiera distraerlo. Así, sumergido en esa doble oscuridad permitía que la luz interior, la musa del espíritu, emitiera lentamente una sucesión de imágenes y de ideas ─como El Aleph─, dando forma a lo que todavía era ignorado por él.
Cuando su mano se levantaba y marcaba las sílabas en el aire, yo, desde mi silencio, sabía que comenzaría a dictarme un poema..
María Kodama