
No es fácil vivir en una ciudad como ésta. Apenas se llega y sientes un frente frío que acude a la cara, algo extraño. O una máscara delgadísima que viene a colgarse de las mejillas. Y quitársela, después del baño, aún no es fácil. Pero así son las sensaciones. Uno se acostumbra a un suelo cálido, no por caliente sino porque se siente a través de las suelas la familiaridad, que cuando pisas estas baldosas, que se corren kilométricamente hasta no-sabes-dónde, no puede uno sentirse equilibrado. Al menos en un principio. Pero es verdad que el primer contacto con estas baldosas se anuncia hasta cada extremo de la ciudad. Es como si bajaras el pie del bus, o del tren o del automóvil, de lo que sea, y apenas tocar propiciaras una vibración como la de la piedra al contacto del agua. Todo mundo sabe, entonces, que está arribando uno nuevo. Otra piedra en el fondo del agua. Y creo que es tal el destino de esta tierra por siglos. Allá abajo hay muchas piedras. La ciudad de los lagos ya no es de los lagos, al menos perdió la facha. Pero la gente que coexiste en ella, como si fuera parte de su inmobiliario —y que lo es—, aún siente el temblorcillo que se sube a sus rodillas, anunciando la presencia de uno más. Tomando esa presencia con la tranquilidad que exige la costumbre. Y se siente el uno-más cuando se llega a ella. Siempre sin rodeos, entre hipócrita y sincera. Por un lado recriminando tu nulo conocimiento de los males de la bomba migratoria, y por el otro extendiéndote la llave de la ciudad. No es fácil acostumbrarse, pues, a vivir aquí, que es lo mismo que a vivir en la incongruencia, en la contradicción, aún cuando el hombre es contradictorio desde el asunto ése del pecado original. Y yo soy también contradictorio. Y no sabe uno en qué momento pierde los estribos. O no los estribos, sino más bien la identidad. No identidad por nulidad de rostro y nombre. Identidad por lo queda, o se deja, del otro lado de las puertas. Del otro lado del paisaje. En qué momento de restaurantes y centros comerciales y cantinas y cruces de avenida, se tira, por ejemplo, un brazo. O en qué momento recogemos un tercero.
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La foto se titula Ciudad de México, y es de Kent Klich, tomada de Zone Zero